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El nacionalismo tiene bula o contiene algún elemento homeopático que promueve la estupidez. El debate de investidura de Ibarretxe ha sido un fraude parlamentario, en el que un aventurero ha practicado la más estricta ceremonia de la confusión. ¿Alguien se imagina el escándalo mayúsculo si Aznar llegara al debate de investidura y dijera esto lo dejo para un pleno ulterior, y esto otro, y lo de más allá? ¿O las sensatas críticas que se dirigirían a un político con responsabilidades de gobierno si aventando palabras como independencia o estado-nación lo único que concretara es si es malo hablar de eso?

Sin embargo, y en relación con lo de la estupidez, el editorial de “El Mundo” certifica “debate de altura en el Parlamento vasco” y el del diario “El País” sentencia que hay “cambio de tono”. Normalmente los editorialistas de los periódicos suelen ser la gente peor informada, porque nunca está en los sitios y sus horarios de cierre suelen ser leoninos con lo que suelen escribir de oídas o sobre aspectos parciales de la jornada. Ni altura ni cambio de tono. Un Ibarretxe radicalizado hasta la irritación mostró con muy malas formas su malestar por la existencia de una alternativa sólida, ampliamente respaldada, que representa al País Vasco liberal, tolerante, que apuesta por la pluralidad concreta que representa hoy España como sociedad abierta. Al tiempo, el nacionalismo nunca fue más inconcreto, y al tiempo más fundamentalista. Sabe a dónde le gustaría ir, pero no sabe ni cómo, ni cuándo, ni por qué camino, ni para qué, sólo impulsado por sus propias ensoñaciones fuera del tiempo histórico, con un siglo de retraso, a una Europa que evoluciona por la senda contraria a los nacionalismos, en sus antípodas. El nacionalismo es una religión que se ha quedado sin paraíso.

¿Por qué, pues, esa bula? ¿Por qué esa tendencia a comprender lo incomprensible o esa costumbre de los medios de comunicación de analizar como sesudas cuestiones las más mínimas patochadas surgidas del delirium tremens nacionalista? ¿O es que, por ejemplo, alguien se cree que Ibarretxe es un político de altura o un parlamentario de fuste? La bula, tan patéticamente superlativa en los medios de comunicación desde el 13 de mayo, no es otra cosa que la excrecencia de los complejos de culpa que el nacionalismo aventa y que atenazan a algunas personas influyentes, por su colaboración con la dictadura, como es el caso de Polanco o Juan Luis Cebrián o Haro Tecglen, de las grandes familias del régimen pasado como los Barreiros y los Queipo de Llano, más el añadido de cierto progresismo de salón ayuno de lecturas, que adopta una posición de complejo de inferioridad ante el nacionalismo, como siempre hizo ante cualquier totalitarismo hasta devenir en compañero de viaje, y no me refiero a Madrazo que no pasa de lacayo.

El nacionalismo vasco, en realidad, está en un mal momento. En uno de esos en los que al borde del abismo tiene la tentación de dar un decidido paso al frente. Lo preocupante no es la inquietante necesidad de una huida hacia delante que siente el PNV, sino la complicidad marchita de esos complejos de los supuestos líderes de opinión, a los que se vienen resistiendo con gallardía –algunos con heroísmo, como los cargos públicos del PSOE y el PP en el País Vasco- los ciudadanos españoles favorables a la sociedad abierta.


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