Menú
Enrique de Diego

El intento de suicidio de España, y 4

Siempre he considerado estériles los debates históricos con los nacionalistas porque la historia es materia que se manipula con facilidad y sobre la que con anteojeras ideológicas se puede instalar cualquiera en la incomunicación. Baste decir que nuestros nacionalismos son herederos del peor casticismo, de la España profunda, eterna, inquisitorial, de la limpieza de sangre y el ultramontanismo. Fruto del fracaso del carlismo, nacidos de irracionales fundamentalismos religiosos, ante la sencilla percepción estratégica de que su derrota nacional podía trastocarse elevando sus feudos a la categoría de reservas espirituales, de naciones independientes. Siempre tuvieron un aliento contrario a la liberta de elección personal. Fueron uno de los factores homeopáticos que provocaron un nacionalismo español cerrado, en confrontación.

Pero eliminado su enemigo, se empeñan en mantener su fantasma. Basta hojear cualquier documento nacionalista o alguno de sus panfletos para encontrarse con la guerra civil como una especie de hecho cotidiano, de realidad presente. Pero quien tal actitud mantiene sólo puede ser porque aspira a recrear tal realidad, porque aspira a provocar otra nueva guerra civil o vive en su interior instalado ya en ella.

Lo que de libertad se mantiene en las zonas gobernadas por nacionalistas se sostiene por esa España liberalizadora, constitucional. Por esa España posible que ha abandonado dogmatismos para ser una sociedad abierta, mestiza y plural. Un ámbito de libertad frente a los restos de utopías, emergidas con virulencia tras la hibernación de la dictadura, y apoyadas por la complicidad por los pijos del régimen, por los hijos bonitos de la dictadura, imitadores de aquel travestismo de Queipo de Llano en la toma de Sevilla que cambiaba de uniforme a sus tropas haciéndolas desfilar, radiando sus movimientos, para hacerlas parecer más.

Son los nacionalismos el riesgo actual para la libertad. Son ellos los que pretenden una nación ideológica donde el diferente o el disidente no tienen sitio, donde la pertenencia al grupo es una especie de vocación originaria, a la que se debe responder como imperativo, pues en otro caso se considera traición o anomalía. Pero parece más chic y más rentable incidir en el intento de suicidio de España.

Me parece, en ese sentido, que el 13 de mayo ha tenido mucho de catarsis. Porque la victoria pírrica del PNV fue saludada con albricias en los medios de comunicación nacionales de varias tendencias, con curiosas reclamaciones a la autocrítica general (osea, al complejo de culpa subyacente) como un avance de ese intento de suicidio por sustitución en la idea de la España liberal. Comedia bufa de lucha antifranquista. ¿Cómo se puede luchar contra el franquismo veinticinco años después de la muerte del dictador? ¿No es eso aún más desquiciado y desquiciante que la bizarra lucha de El Quijote contra los molinos de viento?.

Son los nacionalismos periféricos los que han de revisar sus postulados ideológicos para adecuarse a las realidades actuales, abandonando las miasmas reaccionarias y el proyecto voluntarista de crear estados-nación con fundamentación ideológica que extenderían la intransigencia y la intolerancia en su seno.

España, hoy, aquí y ahora, es sinónimo de libertad, aunque a algunos petimetres les duela.

En España

    0
    comentarios