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Hugo Banzer, dictador militar de signo derechista durante siete años tras derrocar a otro dictador, también militar pero de signo izquierdista llamado Torres, que se convirtió en líder de un partido democrático de derechas y, tras pasar por la oposición, ganó las elecciones y volvió a ser presidente por libre voluntad popular, ha entregado la banda presidencial al vicepresidente Quiroga en un emotivo acto en el Parlamento por hallarse gravemente enfermo de cáncer e incapacitado para cumplir plenamente sus obligaciones. Reducido por la quimioterapia casi a la condición de esqueleto, Banzer ha protagonizado ante los ojos de todos los bolivianos uno de los episodios más emotivos de la accidentada historia de aquel país, que cuenta con más de sesenta presidentes en ejercicio en menos de doscientos años de historia; un centenar según algunos historiadores si se cuentan todos los presidentes proclamados que no llegaron a asentarse en el poder. Se dice que la Transición española a la democracia fue más que afortunada, milagrosa. Pero para milagro, el de Bolivia.

Porque Banzer puede resumir en su trayectoria diversos aspectos de la personalidad política de Franco, del Rey y de Suárez. Ya es milagro. Pero con los antecedentes de golpismo de Bolivia y la tendencia política de toda América del Sur en los años setenta, que oscilaba entre las dictaduras de derecha y las de izquierda, es aún más milagroso que todo el país haya caminado, por delante, por detrás o al paso de Banzer, hacia la democracia constitucional y la economía de mercado, ambas no muy desarrolladas, pero envidiables y envidiadas en países mucho más ricos y con mejores antecedentes democráticos. Y aunque Banzer –sobre todo, después de este episodio– acabe representando ese tránsito, conviene recordar a otro anciano dirigente boliviano que tampoco creía mucho en la democracia, Víctor Paz Estensoro, dirigente del Movimiento Nacional Revolucionario, que en su segunda etapa como presidente, ya avanzados los años ochenta, resistió y finalmente canceló la hipoteca que para la economía boliviana representaban los sindicatos mineros, auténticos capataces del cobre, que por entonces era la única fuente de ingresos del Estado.

Estuve en Bolivia cuando Paz, ya muy anciano, revisaba públicamente sus antiguas convicciones socialistas y hacía algo similar a lo que predicaba con el ejemplo Banzer, ya en la oposición: confiar en la otra media Bolivia. El de Bolivia es, pues, un milagro muy repartido. Más milagroso, si cabe.

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