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Lo que vaya a pasar con el caso Gescartera dependerá mucho de la idea que Aznar tenga sobre su futuro. Y viceversa: lo que vaya a pasar con Aznar dependerá mucho del Caso Gescartera. Aunque empiezan a aparecer signos ominosos de una prensa aznarista en el mejor estilo de Polanco, dispuesta a decir lo que sea con tal de defender al Gobierno, ni Aznar es como González ni, por supuesto, la derecha española es como la izquierda. Al menos, hasta ahora. Pero Aznar ya ha consumido casi todo su crédito en dos largas batallas: una, tan noble como necesaria, contra el separatismo y el terrorismo vascos; otra, infinitamente más sórdida, que ha consistido en disfrutar del Poder sin trabas morales y con todos los escabeles personales y cascabeles informativos que el Gobierno procura a la satisfacción de sus Presidentes.

Desgraciadamente, la primera batalla la ha dado absurdamente por perdida, cuando se trata de una larguísima tarea que afectará muy probablemente a dos generaciones de españoles y en la que ha conseguido grandes avances. La segunda, también por desgracia, puede darla por ganada, ya que el proceso de concentración de medios a expensas de la pluralidad y de la libertad de opinión ha cumplido sobradamente todos los objetivos felipistas, si bien con el añadido de improvisación y caos que caracteriza a la política aznarista de comunicación. Si la derecha española de este milenio resultase tan rebañiega como la Izquierda, que está moralmente destruída y políticamente hecha astillas bajo la égida polanco-felipista, estaríamos perdidos. Pero no parece que sea así. De ahí que Aznar tenga que labrarse, una vez más, su futuro. El pasado le estaba quedando muy bien... hasta Gescartera. Como a González hasta Ibercorp. Porque lo de Roldán, que iba a costarle tantos votos al PSOE según pronosticaba el arriolismo, al final no le costó ninguno. En cambio, el descrédito de la beautiful people hirió de muerte las posibilidades sucesorias del PSOE, en parte por culpa de González, el hombre que no se deja suceder, y en parte por la incondicional defensa que de él y de lo suyo hace Polanco, el hombre más poderoso de España incluyendo al casi todopoderoso Aznar. El casi se llama Jesús de Polanco.

Si Aznar, incluso fuera del Gobierno, ha de ser el referente político de la Derecha española en los próximos años, debe conservar al menos algo de la autoridad moral que siempre le caracterizó y que es absolutamente inseparable de su liderazgo político. Pero eso significa ejemplaridad y, con el dantesco panorama de corrupción institucional destapado por el Caso Gescartera, la ejemplaridad sólo la conseguirá con una purga en toda regla del Gobierno y del PP. Como todo líder que aspira a sucederse a sí mismo, Aznar debe cargarse a los abuelos y a los padres para poder acaudillar a los hijos y hasta a los nietos. Es su idea de fondo, pero necesita para eso volver a hacer política a lo grande, rehacer su proyecto nacional en clave ética. Y eso le va a resultar difícil. En parte, por la propia lógica del Poder, menos devastadora en lo político que en lo moral. En parte, también, por la forma de ser de Aznar y su circunstancia, con todas las virtudes pero también todos los defectos de la clase media madrileña.

Baste una metáfora: al tiempo que sonaban en Miami los primeros truenos, todavía lejanos, del caso Gescartera, se podía comprar junto a la caja de los supermercados el ¡Hola! con las fotos de la fiesta de Abelló. Y no se puede estar en la política y al lado de la caja. Si Aznar no lo entiende, ya es tarde para explicárselo. Y su futuro, como el de su antiguo amigo Villalonga, pertenecerá más al ¡Hola! que al BOE.

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