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Enrique de Diego

La tentación del "aznarismo"

Gescartera es, por cualquiera de sus flecos, un escándalo político, no de los medios de descontrol, que también. Afecta, como siempre la corrupción, a la misma esencia de la concepción del poder. Lo que está en juego es si el Partido Popular ha derivado hacia un aznarismo, en sentido analógico al felipismo, como prepotencia, caudillaje y negación de la realidad (la corrupción denunciada por lord Acton no es económica, sino más profunda, moral), o si persiste, sobrevive y se depura como proyecto colectivo, nacional, del que Aznar es su representante, no su caudillo, pero que ha sido el fruto de esfuerzos combinados sociales y políticos por liberalizar la sociedad, reduciendo al tiempo las tentaciones, pues la corrupción pertenece al ámbito de los rincones oscuros de la naturaleza humana.

Camacho no es un hábil estafador, sino un protegido del clan Giménez-Reyna, cuya cabeza era ni más ni menos que secretario de Estado de Hacienda. Es decir, el encargado de que no se produjera ninguna estafa. Como lo debía ser Luis Ramallo, quien por su trayectoria –llegó a personarse como acusación particular contra Pilar Miró– debía haber sido escrupuloso, y a quien el Partido Popular no ha tenido la decencia de expulsar del partido o de abrirle un expediente para concluir en esa evidencia.

Por ahora, el “caiga quien caiga” no pasa de ser la copia del título de un programa televisivo, donde se marea mucho la perdiz para no hacer nunca sangre. Una crítica insustancial que no pasa de broma de sobremesa. Y en eso, antes de abrirse la Comisión, está el Partido Popular: mucho de circo en las comparecencias y mucho de ventilador para confundir el máximo posible a la opinión pública. No es baladí señalar que la tal Comisión (no es cierto que el PP la concediera, sino que cedió) está bajo el control de Rodrigo Rato, juez y parte. De ahí que, tras las primeras críticas, el cierre de filas con Pilar Valiente sea completo, porque Enrique Giménez-Reyna se puede endilgar a beneficio del inventario de Cristóbal Montoro, con muchas papeletas para “comerse el marrón”, pero debilitar a Pilar Valiente resquebraja al vicepresidente económico, quien la nombró y firmó la elevación de Gescartera a agencia de valores.

La cuestión más de fondo y más grave es que el PP está sintiendo de manera muy intensa la tentación de profundizar en el aznarismo, a través de abundancia de eufemismos (como que ha concedido la Comisión, cuando ha cedido), medias verdades y un intento descarado de mirar hacia cualquier parte, menos hacia dentro del PP. La menos preocupante es que en esta caja de sorpresas, donde todavía queda la zona pantanosa del dinero negro, a los populares les estalle, mientras ponen diques por doquier, la jueza Teresa Palacios e impute a Enrique Giménez-Reyna y Pilar Valiente por presunto tráfico de influencias.

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