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Enrique de Diego

La esclavitud no ha muerto

Ni la esclavitud ha muerto, ni tampoco el marxismo. Me acuso, en ese sentido, de haber considerado en un primer momento exagerado el libro La gran mascarada de Jean François Revel. Una parte del mundo sigue bajo el dominio o la hegemonía de la pervertida amoralidad marxiana, elevada a niveles planetarios, de forma que si una nación trabaja, inventa, crea y se desarrolla, mientras otra se mantiene en la opresión y la miseria, las responsabilidades de esta último deben buscarse en la primera. Esta total falta de sentido común está al cabo de la calle. Es constante. Este tipo de falacias pugnan por situarse como verdad dogmática. Hay por el mundo un terrible exilio económico-político, de inmigrantes de naciones que han sufrido la plaga del comunismo, o los efectos de los colectivismos tercermundistas. Las fórmulas fracasadas, que tanto daño han hecho, no pueden presentarse como novedades. Si esta nueva patraña triunfara o consiguiera que se siguieran dando balones de oxígeno a las tiranías corruptas del tercer mundo se pondría en peligro la supervivencia de los actuales niveles de población. Algunos aman tanto a los pobres que los crean por millones.

Decía Lenin que el capitalismo aportaría la soga para su funeral. Aunque siempre ha habido suficientes personas dispuestas a evitar ser pasto de los matarifes, eso que se conoce como Occidente siempre ha contado con un número destacado de otras que, parasitando de los fondos públicos, se han dedicado y dedican a arremeter contra sus valores, de los que depende el progreso. ¿Qué sería, por ejemplo, de los inmigrantes, que huyen de los fracasos del estatismo corrupto?.

Por supuesto, la esclavitud ha sido una terrible lacra histórica, desarrollada por todos los pueblos y culturas, hasta que en los siglos XVIII y XIX, con fuertes raíces judeo-cristianas y desde Inglaterra se extendió la benéfica idea de que el hombre por el hecho de serlo tiene una dignidad intrínseca, eliminada por la esclavitud. Tal idea no existía en África, ni en Asia, ni en Iberoamérica antes de la conquista. El sistema tribal contempla como natural el estado de esclavitud para los que no pertenecen a la tribu. Tampoco es cierto que ello haya sido, ni por asomo, un monopolio de la raza blanca respecto al resto, al margen de lo discutible del concepto cientificista de raza, pues unas tribus consideran a las otras como inferiores o no humanas, como se ve en el genocidio de Ruanda, o en Sudáfrica entre los xonxa y los zulúes y en los innumerables conflictos étnicos que desangran a África.

La esclavitud no ha desaparecido, sigue siendo una terrible lacra. Durante el siglo XX se extendió en niveles desconocidos con anterioridad. Esclavista fue el nazismo, y aún más el comunismo, que al proscribir la propiedad privada situó a la población entera en estado de dependencia propio de la esclavitud. Fidel Castro es el mayor esclavista de la historia del Caribe, sin que reciba una sola condena de unas ONGs que hace tiempo dejaron de responder a su nombre, para pasar a ser cazarentas de los fondos públicos en nombre de una supuesta mala conciencia de los países democráticos. Un proceso perverso, cuando lo no gubernamental podía haber sido un factor de renovación ha vuelto a un marxismo de segunda generación, a un estatismo esterilizante y reaccionario.

En Afganistán, por ejemplo, las mujeres están sometidas a una clara esclavitud. Y en muchos países árabes se sigue traficando con esclavos. Un “negocio” que en la historia fue propiciado por los jefes de las tribus, que guerreaban para aumentar el número de seres humanos a la venta.

Es lamentable que en Durban se haya escenificado una nueva comedia de aquellas de los no alienados, en la que los tiranos salen indemnes y ejercen el papel de acusadores. Los esclavistas de hoy denuncian con total desfachatez a los esclavistas de antes de ayer.

Hora es de cuestionarse lo obvio: las ONG no pueden vivir del dinero público si pretenden ser de verdad no gubernamentales y la ONU tiene que dejar de ser la quintaesencia de ese modelo de despilfarro parasitario. Sobre los sufrimientos de los esclavos de épocas pasadas no se puede vivir del cuento para legitimar de paso a los esclavistas de hoy.

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