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Federico Jiménez Losantos

Algo más –o menos– que un banco

Casi lo que menos está padeciendo en el escándalo de Gescartera es el sentido común. Como se trata de un robo a gran escala, de una estafa elefantiásica, de un alzamiento de bienes digno de la NASA, el rastro de tantísimos millones es fácilmente perceptible. Suele decirse que el dinero usado huele mal; y el robado, aunque los billetes sean nuevos, peor. Pero ese olor del dinero nos habría llevado a conclusiones mucho más claras si no existiera la deliberada voluntad de enturbiar el rastro, de confundirlo todo, de que salgan indemnes muchos altos responsables políticos y administrativos de este escándalo que, si aplicásemos sólo el sentido común, andaría ya cerca de ir resolviéndose.

Las últimas declaraciones de Ruiz de la Serna sobre el papel esencial del HSBC en Gescartera, así como sobre la actividad intensísima de Pastor en la entrada y salida de capitales fuera de España –por supuesto, a espaldas del Fisco– son cualquier cosa menos sorprendentes. Ahora bien, si algo se han empeñado casi todos en ocultar o disimular es precisamente el tráfico de dinero negro a través del HSBC, porque, se nos dice, se trata de un caso distinto del de Gescartera.

Y lo es. Pero son las mismas autoridades económicas, cuya inhibición o torpeza tanto han brillado a propósito de Gescartera, las que tampoco han sabido actuar contra el HSBC. Si Caruana no levanta la liebre de las 138 cuentas cifradas u opacas de este banco, quizás no se habría producido la confesión de Ruiz de la Serna. Claro que si nos hubiéramos creído las declaraciones del jefe del HSBC en España, Galobart, diciéndole al Parlamento que nunca le había dado un crédito a un ministro, familiar o allegado, nunca habríamos sabido lo de Muinmo. Ni lo de Banesto y las Aguas de Fuensanta. Ni otros episodios financieros particulares de Rato. Y no sólo de Rato.

Por más que desde el Poder y desde sus amplísimos y confortables aledaños se haya decretado el final del caso Gescartera y la salvación provisional de Rato y Montoro, hay demasiados puntos oscuros y sospechas demasiado claras como para proceder a su archivo. Si el HSBC en España era, en realidad, más que un banco (o menos, según se mire), si formaba parte del tinglado de Gescartera, recibir de él créditos de quinientos millones no contribuye precisamente a mejorar la imagen del vicepresidente económico. Pero esa es otra cuestión, si se quiere menor. Allá el PSOE con sus mapas y diagramas paranoicos. Lo importante es que no se equivoque el sentido de la búsqueda de estas cloacas fiscales cuyos riquísimos poceros seguimos sin conocer. Lo que nos interesa es que estas pistas no se pierdan. Que se siga el rastro del dinero. Y que se prescinda de los criterios políticos o politizados y se atienda al sentido común. Todo irá más rápido y hasta puede que nos enteremos de cosas más importantes que las actividades financieras de un ministro. Y si no más importantes, desde luego mucho más graves.

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