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Enrique de Diego

La Universidad de algunos

Nada tan hilarante como los coros y danzas estudiantiles, azuzados por sus mayores, defendiendo privilegios onerosos e ineficientes, bajo los gastados eslóganes de la Universidad de todos. Lo que es de todos, ya se sabe, no es de nadie, ni nadie lo cuida. Si algo necesita en este país una reforma, incluso una revolución, es la Universidad. Lo planteado por Pilar del Castillo es tan tibio que uno siente la tentación de no defenderlo, pero la alternativa histérica de los funcionarios y de sus cachorros resulta tan reaccionaria, que a su lado la LOU es el bien sin mezcla de mal alguno.

Todo el mundo sabe, porque es una obviedad, que los sistemas de selección del profesorado están previstos para rechazar cualquier competencia foránea y para elegir al más mediocre, y cuanto menos al que más está dispuesto a asumir las disciplinas internas de las castas. Por cada asignatura hay en España, por lo normal, dos castas. Excepción hecha de las zonas nacionalistas, donde las castas se diferencias entre totalitarios y constitucionalistas. El sistema de tribunales está previsto para que cada departamento se autoseleccione sus profesores. Esto supera el nivel de endogamia, es una corrupción moral, que ha llevado, desde el franquismo por el PSOE, a la peor de las situaciones posibles. El catedrático de turno coloca a su esposa, a sus amiguetes, a sus aduladores. Y todo esto lo pagan los contribuyentes.

Es un dinero público que se despilfarra, mientras el nivel educativo es cada día menor. Nuestra Universidad siempre fue mala (salvo durante la II República), pero ahora es de desastre. El PSOE consiguió destrozar lo mejor del sistema educativo, el bachillerato, con cuyo barniz se podía dar una imagen de cultura general. Basta ver las cada vez más escuálidas manifestaciones estudiantiles para comprender que cualquier reforma es mejor que lo existente, y que es además urgente e imprescindible.

No se puede caer más bajo en el gremialismo que tratarse de hurtar a la soberanía popular convocando deprisa y corriendo cientos y miles de puestos de profesores, que luego han de pagar los ciudadanos eficientes. Cada vez hay más másters y cursos en las empresas, porque cada vez los universitarios salen peor preparados por unos profesores que, en su mayoría, no tienen el nivel ni la dedicación para los sueldos que cobran.

La pirámide de esta mediocratización galopante son los rectores. Que su propuesta sea la desobediencia civil o la falta de respeto al Estado de Derecho nos retrotrae a los orígenes inquisitoriales de la Universidad, en los Estudios generales, con dominicos y franciscanos. Es el pesebre universitario lo que defiende esta izquierda ultraconservadora, incapaz de renovar sus ideas porque ha quedado atrapada por sus intereses.


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