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Enrique de Diego

De Arabia Saudí a Marruecos

El último vídeo de Ben Laden ha sido, al parecer, censurado para evitar problemas a Arabia Saudí. El integrismo no es un problema afgano, es básicamente saudí. Ha sido promovido y financiado por la monarquía en su compromiso wahabista. Las asociaciaciones benéficas, las mezquitas más rigoristas –desde las que se predica la guerra santa, tipificada como delito en nuestro Código Penal como apología del terrorismo– son terminales de una monarquía que posee, con sus dos mil príncipes y princesas, el 80 por 100 de la riqueza petrolífera, y que se mueve en parámetros de la Edad Media en idéntica medida a la de las tribus afganas.

El criterio de que no conviene desestabilizar a ese tipo de monarquías porque la alternativa es peor ha resultado un fracaso. Tendría lógica si ellas a su vez no se dedicaran a desestabilizar y combatir a Occidente. Vale aquí lo de que con tales amigos no es preciso tener enemigos. Ellos solos se bastan para echar por tierra las Torres Gemelas con miles de inocentes dentro. Porque Ben Laden no es otra cosa que un niño pijo de una familia comisionista primada por los Saud, una escisión de su rigorismo. Y los suicidas, como se recordará, no eran desheredados sino saudíes de familias adineradas, de la élite del régimen.

Frente al Islam se mantiene una postura que cabe calificar de estúpida. La postura liberal y democrática lógica no es entender a los totalitarios –y en el Islam hay hoy fuertes vetas totalitarias– sino criticar sus postulados y, en ningún caso, plantear una situación de alianzas en base al mal menor. Eso únicamente lleva a chantajes acumulados que, al final, estallan. El 11 de septiembre ha resultado, en eso, muy clarificador, aunque algunos todavía no se quieren dar cuenta.

Algo parecido puede decirse de Marruecos, cuya política exterior se mueve en esos esquemas de chantaje, con exigencias que, por ejemplo, condicionarían o eliminarían la libertad de expresión. Parece como si tuviéramos alguna deuda moral hacia una monarquía instalada en el feudalismo. En la última crisis, lo más llamativo es que hasta el momento nadie parece interesado en indagar en las esotéricas e ignotas razones que han llevado al rey marroquí a retirar a su embajador. Lo lógico es que España hubiera retirado al suyo, en vez de la romería de políticos para ver quien se pliega a los caprichos de un sátrapa, todo lo presentable que algunos quieran, pero sátrapa al fin y al cabo. La política de continua cesión, también en el ámbito internacional, termina pagándose.


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