La Comunidad de Madrid limita con la izquierda en la “islamofilia”, la nueva forma de la estupidez políticamente correcta. Ya se sabe que no hay nadie con mayor capacidad de acuerdo con el marxismo sociológico que la derecha dura. Los extremos –y los complejos– se tocan. El defensor del menor, Pedro Núñez Morgades ha tenido una intervención en el Parlamento madrileño, muy aplaudida por la izquierda, que ha visto en él al hombre ideal para contrapesar a Mikel Azurmendi. Echando mano de uno de los conceptos puestos en circulación por la izquierda patética y por el integrismo universitario, Morgades ha dicho que ve una crecida de islamofobia.
A lo que se ve, la derecha dura, made in Gallardón, pretende diabolizar y censurar cualquier crítica al Islam, lo mismo que, en su tiempo, Torquemada lo hacía con cualquier crítica al catolicismo. En la línea del más puro integrismo, se trata de impedir, lo que es el mínimo del sentido ilustrado, la crítica de cualquier idea, incluida la religiosa, y más si ella conduce en ocasiones –o muy frecuentemente, como es el caso– a la intransigencia y la lesión de derechos personales.
Nada tan ridículo como ver a la izquierda –que, con acierto, sin embargo, en el Parlamento Europeo ha promovido una condena del integrismo– tocándose con el hijab y vistiendo de chilaba, defendiendo una inmunidad que es abjuración del pensamiento. ¿Le gusta quizás a la izquierda, tan poco condescendiente con el catolicismo, el Islam porque tiene un halo dogmático? Una pista en ese sentido es el hecho de que los conversos suelen ser exmiembros de los sectores más duros del marxismo-leninismo.
La gente, que discierne más que estos clérigos politicastros, sabe que el hijab, el chador y el burka no son una manifestación de la libertad personal, sino una costumbre vejatoria, impuesta, que implica el sometimiento de la mujer y el varón, aunque trate de ocultarlo el amigo de Fefé. Para muestra, por si Afganistán no fuera suficiente, vale un botón: lo sucedido en Arabia Saudí, patria del fundamentalismo islámico y de la corrupción monárquica, donde han muerto quince adolescentes porque la policía religiosa impidió su socorro al no llevar algunas de ellas el velo islámico ni el abaya o túnica obligatoria.
Es preciso reivindicar el espíritu libre de Voltaire o de Renan, para quienes el Islam era la extrema intransigencia, sin espacio para la autonomía personal, por su estricta teocracia, que contempla la legitimación de la violencia en elevadísimas dosis: el takfir o apóstata debe ser asesinado (“su sangre es lícita”), y los infieles han de convertirse, ser pasados por la espada o pagar impuestos de parias como manifestación de su inferioridad. Nada que ver con la igualdad ante la ley, ni la tolerancia.
Que de Zapatero al último y la última compañera del partido socialista les haya entrado un creciente ataque de islamofilia indica su falta de convicciones y de coraje en la defensa de la libertad. Que coincidan con Gallardón en ello, es todo un síntoma.
A España vienen gentes de los países islámicos para sacudirse la miseria, a la que les condena su religión, y para huir de una intransigencia asfixiante. A esos hay que recibirlos con los brazos abiertos, porque son un posible factor de reforma. Pero los integristas no pueden tener cabida. Y cuando digo integristas incluyo, por supuesto, porque es una obviedad, a los que imponen en sus familias el hijab. Pero se está pretendiendo generar un lobby integrista, con barrios segregados (vengo haciendo esa denuncia, con hechos, desde ÉPOCA), hablando de “comunidad islámica”, estableciendo la relación con los inmigrantes a través de sus representantes religiosos (como si Rouco fuera el interlocutor político por los cristianos madrileños), financiando clases donde se puede enseñar la “guerra santa”.
¿Son legales las mezquitas donde se predica la conversión a punta de espada del infiel? ¿No está tipificado ese principio en el Código Penal como apología del terrorismo? La “islamofilia” todo lo cubre con su burka políticamente estúpida.
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