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Enrique de Diego

Por qué en la Universidad

Una de las cuestiones más llamativas es la sobresaliente racionalidad en la que se mueve la inmigración ilegal y la idea subyacente al esquema de una cierta estupidez occidental. Por ejemplo, personas que viven en países marcados por el racismo y la intransigencia religiosa, suelen tener de continuo en la boca el concepto de “racismo” ante cualquier intento de aplicar el principio de igualdad de todos ante la ley. Incluso el mantenimiento de modelos de discriminación de la mujer se presenta como una excepción cultural cuya denuncia constituye racismo. Tales esquemas son falacias y perversiones intelectuales. Conducen en la práctica, por ejemplo, al retromedievalismo de la puesta en marcha, no siempre con métodos claros y legales, de barrios religiosos, musulmanes habitualmente, que sí constituyen un peculiar fenómeno racista.

El hecho de que la Ley establezca la necesidad de responder judicialmente de los delitos conlleva, dentro de esa racionalidad, un incentivo para delinquir, porque en ese caso no se puede proceder a la expulsión. Si se añade la lentitud de la Justicia, y las tendencias progres de los jueces, se explica la multirreincidencia que escandaliza a los contribuyentes y, además, les limita su libertad.

No deja de ser tan curioso como racional que los inmigrantes se hayan encerrado en la Universidad de Sevilla. Antes, este tipo de cuestiones solían hacerse en las iglesias. Al margen de consideraciones religiosas, que debe haberlas, tratándose mayoritariamente de musulmanes, la Universidad se ha convertido en la expendedora de complejos de culpa y de la crítica a los valores occidentales. Si se añade a Cáritas y la Cruz Roja llevando la comida, se completa un cuadro de organizaciones que viven de los fondos públicos, cuya misión parece haberse convertido en combatir el sistema desde dentro. El mismo que les da de comer. Sin embargo, hacen la vista gorda ante los fenómenos próximos a la esclavitud que se están produciendo, porque entienden que les conviene tener una clientela que justifique su existencia. De hecho, su reivindicación constante es la petición de más fondos públicos, administrados por ellos.

El encierro puede convertirse en eterno. La Universidad no va a pedir el desalojo, pues sus funcionarios se han autoconvencido —sin que falte un punto de resentimiento— de que sirven a una ley humanitaria superior a la Ley de Extranjería. Esto sólo es una falacia, que pasa por transferir la responsabilidad de los gobiernos corruptos del llamado tercer mundo —a los que casi nunca se critica— a las naciones occidentales. No es baladí recordar que, tras el 11 de septiembre, los artículos de profesores universitarios fueron, sin casi excepción, contra... los Estados Unidos.

Al encerrarse en la Universidad de Sevilla, los inmigrantes han elegido bien. Han ido a la madre de todas las contradicciones actuales de lo políticamente correcto, al alma mater de la estupidez. Dando por supuesta la inoperancia del ministro Rajoy.

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