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Enrique de Diego

Ibarretxe, el último imperialista

El nacionalismo practica de continuo lo contrario de lo que predica. Pretendiéndose luchador contra algún ignoto imperialismo –no a otra cosa hace referencia ese esotérico derecho colectivo tribal a la autodeterminación– es el último reducto de imperialismo de casino. Ibarretxe es, en ese sentido, el último imperialista. Cuando su partido roza el cinco por ciento de los votos en Navarra, y ello gracias a la coalición con EA, pretende hablar en nombre de la mayoría de los navarros, suprimiendo de un plumazo cualquier veleidad autodeterminadora de éstos.

Como ciudadanos de segunda, como raza inferior, no les toca a ellos decidir sus destinos, pues eso ya lo decidió, en su día, Sabino Arana, con sus visiones de etnicismo apocalíptico. En el casino de Ajuria Enea, como los viejos victorianos, trazan nuevos mapas, en los que al que le toca le toca: Navarra y los departamentos franceses. Luego, quizás Idaho y algunas zonas de Venezuela donde hay emigrantes, podrían tener la suerte de los antiguos sudetes para los nazis.

Nunca se agradecerá lo suficiente a los navarros la fortaleza democrática que han demostrado respecto a este imperialismo de opereta y coche-bomba. No es extraño que el inmoderado impenitente de Ibarretxe genere conflictos a cada paso que da. Lo suyo con Navarra deja chiquito a Pinochet, y sólo es comparable con Mussolini o Hitlter. O con lord Mounbatten. O con Mambrú.