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Enrique de Diego

Por qué no prohibimos El Corán

Recientemente, en medio de un enmarañado ajuste de cuentas dentro del grupo socialista municipal del Ayuntamiento de Alicante, una concejala ha tenido que dimitir. El motivo es que realizaba, al parecer, llamadas a sus familiares chilenos desde el teléfono del grupo. Es decir, con dinero público. En la rueda de prensa en la que anunció su dimisión la concejala señaló que todo se debía a una “campaña racista” porque las llamadas eran “con un teléfono del primer mundo al tercer mundo”. Cierta denuncia del “racismo” se ha convertido en una de las más formas más intensas de estupidez. La misma idea de que los “alicantinos” (socialistas para más inri) abriguen sentimientos “racistas” hacia los chilenos resulta incestuosa.

El islamismo lleva tiempo actuando como un factor de coacción contra la libertad de expresión en nuestras sociedades occidentales: utilizar el sistema –o su mala conciencia– para acabar con él. Luego algunos dicen que por qué la CIA no se enteró del 11 de septiembre, cuando la detención de los presuntos terroristas hubiera, sin duda, provocando un escándalo de esa patraña que ha dado en denominarse “islamofobia”. No puede haber racismo hacia las ideas. Hacia éstas lo que hay es espíritu crítico, la mejor tradición del pensamiento ilustrado, el uso de la razón para buscar verdades universales, eso que tanto irrita a los occidentalofobos.

Resulta hilarante que en nombre del antiracismo y los derechos humanos se pretenda la vuelta a la Inquisición, al delito de blasfemia y a la quema de libros. Puestos a perseguir el odio racial, habría que empezar por prohibir El Corán, donde es persistente la propuesta del uso de la violencia para imponer unas creencias y donde se predica el exterminio de los “infieles”, o sea, de los que discrepan. Las citas son abrumadoramente claras: “¡Golpeadlos encima del cuello! ¡Golpeadlos en la yema de los dedos!”. Hay un ensañamiento genocida: “No es propio de un Profeta tener prisioneros hasta que haya encubierto la tierra con los cadáveres de los incrédulos”. “¡Dios los mate!” con referencia explícita a los judíos y los cristianos. “¡Profeta! ¡Combate a los infieles y a los hipócritas! ¡Sé duro con ellos”.

“¡Combatid a quienes no creen en Dios ni en el último Día ni prohiben lo que Dios y su enviado prohiben, a quienes no practican la religión de la verdad entre aquellos a quienes fue dado el Libro! Combatidlos hasta que paguen la capitación personalmente y ellos estén humillados”. “No hay ciudad a la que nosotros no aniquilemos o atormentemos con terrible tormento antes del día de la Resurrección. Eso está en el Libro, escrito”. “Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Dios”.

No prohibimos El Corán en nombre de la libertad de expresión, pero habrá que empezar a defenderse de los nuevos inquisidores, que condenarían a Voltaire y Renan, dos clarividentes críticos de la intransigencia islamista, que establece la obligación de asesinar al apóstata.

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