El debate sucesorio es aletargado, pero no está exento de escaramuzas. Un cainismo de baja intensidad que puede plantear problemas de futuro, porque el momento decisivo de la elección implica, al tiempo, descartes, expectativas frustradas y vanidades despechadas.
De manera significativa, las trampas más saduceas se han tendido contra Jaime Mayor Oreja. Es de todos los candidatos el más desasistido. Sus bolos en provincias, su esfuerzo por estar en contacto con el partido, es sobre todo fruto del interés de la estructura de base más que de los dirigentes. En contra de lo que se dice, el apoyo de Javier Arenas es comedido. A estas alturas, resulta difícil de entender la acumulación de cargos –ministro y secretario general– en un partido que hizo bandera de las incompatibilidades.
Ha habido, por su insistencia, una campaña para situar a Jaime Mayor Oreja en el apelativo de democristiano –va de suyo– y en términos de conspiración. Incluso se llegó a difundir que existía en su favor un ruido de sotanas. La maledicencia más notoria fue la supuesta conjura en la casa de El Escorial, de Óscar Alzaga, exitoso y millonario abogado, que, en el subconsciente del centroderecha, encarna los peores males de la travesía del desierto y el cainismo que primero acabó con UCD y luego embarrancó AP con el “techo de Fraga”. De lo publicado a la realidad hay una distancia abismal. Pues se trató de la celebración de un cumpleaños, con asistencia abundante, incluidos militantes del PSOE, como el defensor del Pueblo, Enrique Múgica, y en la que no estuvieron ni Javier Rupérez, ni Javier Arenas, ni Luis de Grandes. Luego se publicó que Jaime Mayor Oreja asistiría en Roma a la beatificación de Mons. Escrivá de Balaguer. Lo cual hubiera sido perfectamente legítimo, aunque era simplemente mentira. Y previamente a todo, el infundio del PNV sobre intereses familiares en empresas privadas de seguridad tuvo un eco excesivo para ser noticia falsa, y rápidamente desmentida.
La cuestión es si se trata de simples errores periodísticos, de la prima a la rumorología que el ocultismo sucesorio entraña, de exceso de celo de personas cercanas a uno u otro líder popular, o si los entornos de los candidatos están ejerciendo funciones intoxicadoras. De hecho, una buena parte de los dimes y diretes de la campaña han coincidido en el tiempo con el intento de relanzamiento de Rodrigo Rato en la carrera sucesoria y con la aparición de Mariano Rajoy como el “tercer hombre”.
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