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Cuanto más explica Zapatero su renuncia a formar Gobierno si no supera en votos al PP, más claro queda que intenta hacer de la necesidad virtud, pero que tiene tanta necesidad que la virtud es de alquiler y la ética fiada, que no es lo mismo que de fiar. Zapatero ha visto que con su discurso del “todo a 17” Rajoy se le escapa en las encuestas y que su figura de político saltimbanqui dispuesto a pactar con todos para alcanzar el poder a cualquier precio podía terminar con sus huesos políticos en la cuneta del 15 de marzo. Es la primera vez en los 25 años de democracia que un político de la izquierda cambia su orientación política, estratégica e ideológica para defenderse del discurso de la derecha. Bien es cierto que pocas veces la derecha ha tenido tanta razón y le han servido tan en bandeja la posibilidad de triturar a la izquierda como en estas elecciones. Ni siquiera Almunia pactando con Frutos se lo puso tan fácil a Aznar como este Zapatero de Maragall y Patxi López, complaciente con ibarreches y rovireches, se lo está poniendo a Mariano Rajoy.
 
El enroque podría permitirle sobrevivir a la derrota electoral del 14-M o eso cree Zapatero, de ahí este cambio “para que el PP no le acuse de lo que no es cierto”, es decir, que quiere cargarse el edificio constitucional, que no tiene programa económico de ninguna clase, que ha perdido la más elemental idea de continuidad nacional y que su partido es una banda de bandas electorales unidas sólo por dos cosas: el poder y la Ser. No hay ya un partido, como no hay una política nacional ni internacional. Pero lo único que realmente le preocupa a Zapatero es que se note demasiado que no hay un líder. Y que, como a los entrenadores de fútbol cuando su equipo ocupa puestos de descenso, el club le dé el finiquito ante la inapelable crueldad de los resultados. Lo de Zapatero con el Gobierno de la nación (española, se entiende) es como la fábula de la zorra y las uvas: “no las quiero comer, no están maduras”, dijo la zorra. Y es que tras mucho saltar a la parra llegó a la conclusión de que no llegaba al racimo. Eso sí: se fue presumiendo.
 

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