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Federico Jiménez Losantos

Inmensa muchedumbre, siniestra hipocresía

Es posible que se hayan manifestado contra el terrorismo todavía más millones de españoles de los que lo hicieron contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco. O tal vez no: quede la cuestión para devotos de la estadística y peritos en frondosidades inútiles. Lo seguro es que la clase política ni estuvo entonces ni ha estado ahora a la altura de las circunstancias. La desastrosa actuación informativa del Gobierno, incapaz de explicar policial, y sobre todo, políticamente, la naturaleza y responsabilidad de los atentados tuvo su corolario natural en la glosa de Urdaci en TVE a una pancarta particularmente estúpida: "Quién y por qué?". Y dijo Urdaci: "eso es lo que nos preguntamos todos". Lo que nos preguntamos algunos es cómo es posible que el PP siga sin aprender absolutamente nada acerca de la naturaleza esencialmente propagandística del terrorismo.
 
Ya con aquel estúpido festival tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, manipulado por Raimon y los nacionalistas catalanes y convertido en arma arrojadiza contra la derecha gracias a la estupidez de TVE y del PP, vimos cómo las grandes movilizaciones de masas exigen una férrea disciplina organizativa y una claridad diamantina en los eslóganes y pancartas. Pues no: otra vez se ha confiado todo a la improvisación en directo de los reporteros de las televisiones, muchos de ellos carentes de las más mínimas nociones de gramática y prosodia, todos ayunos de un guión político que les evite improvisar sandeces como la ya citada de la Primera Cadena de TVE. Que, aún así, ha sido la menos disparatada. Para qué hablar de las demás.
 
La torpeza del Gobierno, que no ha sabido decir en dos largos días simplemente esto: "ha sido ETA, todos los datos apuntan a ETA y no vamos a dar pábulo a quienes pretenden ocultar su complicidad con el terrorismo sembrando pistas falsas o disimulando la naturaleza criminal del terrorismo vasco" (sólo esto; nada más que esto), ha tenido su correlato en lo que ya no es torpeza bienintencionada sino vil abyección por parte de la Izquierda y los nacionalistas, cómplices directos o indirectos de la estrategia terrorista: el PSC, el PSOE y ERC desde Perpiñán; el PNV, EA e IU desde Estella. Pero este PP noqueado por la masacre y en el que sólo Rajoy ha mostrado un discurso claro, nítido e inteligible se ha presentado ante España bajo una imagen ficticia que encubre una realidad horrenda. Porque ficticia es la famosa "unidad de los demócratas", como demostró el PNV firmando el Pacto de Estella con ETA tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco y como demostró Pujol orquestando la Declaración de Barcelona para respaldar al PNV. Y porque esa falsedad, esa imposible unidad de las víctimas con los cómplices de los verdugos permite que tiparracos siniestros, enemigos públicos de España y de sus libertades, como Anasagasti, Madrazo, Llamazares o los héroes de Perpiñán aparezcan exhibiendo sus lágrimas de cocodrilo e incluso acusando al Gobierno de ocultar datos sobre la autoría de la masacre.
 
Todo, para blanquear aún más sus sepulcros morales y, sobre todo, para que no se note en las urnas del domingo la determinación que debería haberse escenificado en la calle: que España está decidida a luchar hasta el final por su integridad nacional y por su libertad. Por desgracia, terroristas y separatistas tienen motivos para celebrar esta manifestación: nunca tantos españoles se reunieron con tanto dolor y tan poco criterio. Contra el terrorismo no basta el sentimiento: hacen falta ideas claras y principios sólidos. Pero en esta nación nuestra los que tienen principios no tienen ideas y los que tienen ideas no tienen principios. El inmenso dolor nacional carece del necesario cauce institucional. Esta es la triste verdad y, por respeto a las víctimas y a España, ni podemos, ni debemos, ni queremos ocultarla.

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