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Federico Jiménez Losantos

Asumir el liderazgo con todas las consecuencias

Mariano Rajoy ha estado clarísimo en su apuesta interna, la más difícil siempre, para el futuro político del PP. Falta por perfilar su línea política, pero para jugar, lo primero que hace falta son jugadores y, aunque habrá que ver cómo se portan en el campo de juego, en principio la alineación parece excelente. Pocos conocen el partido como Acebes, salvo tal vez el propio Rajoy, pocos tienen la experiencia política regional y, al mismo tiempo, la frescura parlamentaria que puede desarrollar Zaplana en el Congreso de los Diputados, y otro tanto cabe decir de Pío García Escudero en el Senado. Es un equipo de valor contrastado pero relativamente inédito, porque en el Gobierno y en el partido, hasta ahora, todo lo que se ha hecho lo ha dirigido Aznar. A partir de ahora, Rajoy está dispuesto a mandar, hacia dentro y hacia fuera, con todas las consecuencias. Y, aunque los hechos habrán de juzgarlo, los propósitos no pueden ser más plausibles y lógicos.
 
Un Aznar más firme y contundente que en la entrevista-trampa de Tele 5 ofreció, con la generosidad y patriotismo que en todo momento han presidido su renuncia al Poder, la cobertura que precisaba y va a seguir precisando Rajoy para evitar cualquier zascandileo interno, intriga inducida o ambición desatada. La injusticia de la derrota del candidato Rajoy se ha convertido en el intento de linchamiento de Aznar, pero, ojo, sólo en la medida en que representa al PP, los ocho mejores años de gobierno, salvo en materia de comunicación y Justicia, de la historia moderna de España. Ese linchamiento, ese ensañamiento contra Aznar es tan personal como político y, por tanto, afecta también a Rajoy. Sería absurdo no entenderlo así y sería conveniente, ahora que el incienso del poder se despeja a ojos vista, que las respectivas fontanerías dejasen de enredar y ellos se tratasen más. La reivindicación de Aznar será la prueba de las posibilidades de victoria de Rajoy; la fuerza de Rajoy será la mejor reivindicación del legado de Aznar.
 
Ha llegado, pues, la hora de Rajoy, pero no la del poder, sino la de la política. Y por la propia experiencia de Aznar y las nefastas experiencias anteriores en la derecha sabemos que la política no se puede hacer sin un liderazgo claro dentro del partido y ante la opinión pública. Lo primero parece que lo tiene claro Rajoy. Lo segundo, tendrá que demostrarlo. No se puede “pasar página” como Aznar en 1996 porque ni están en el poder ni tienen otra perspectiva que pasar de la dulce derrota a la decepción absoluta si no conectan de nuevo con esos nueve millones setecientos mil votantes a los que deben representar, en sus valores y también en su indignación. Ni se puede ni se debe olvidar cómo ha conseguido el PSOE esos 600.000 votos que eran del PP antes del 11-M. Ni se puede ni se debe olvidar que la manipulación del dolor y la mentira sistemática de la SER y del PSOE torcieron el rumbo electoral. Y que los resultados sean legales y, por tanto, legítimos, no legitima los comportamientos ilegítimos, a veces ilegales y siempre antidemocráticos de Rubalcaba y compañía. Por cierto, que conviene empezar a llamar a las cosas y a las personas por su nombre. Ya no caben eufemismos, ni indefiniciones, ni similitruquis de listillos centristoides. La política española no está para tecnócratas, sobre todo en la oposición. Rajoy tiene que ser el hombre sereno que juega atrás, pero delante necesita políticos de verdad dispuestos a pelear las veinticuatro horas del día. A estas alturas, no vamos a descubrir el reparto de papeles en política, pero tampoco que la desconexión de sus bases es letal para cualquier partido. Y para la derecha, más.
 
Ah, y el congreso del PP, cuanto antes, mejor.
 

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