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Cuando uno se dedica al periodismo en su vertiente de opinión, sabe que corre un riesgo. Siempre, claro está, que opine seria y sistemáticamente contra el terrorismo izquierdista o islámico, porque hace mucho que en España no hay otros. Por eso, que a un liberal le manden una carta bomba para quitarlo de en medio debe entenderse, y yo desde luego lo entiendo, como el más elemental de los gajes del oficio. No es el primer atentado que sufro y puede que no sea el último. Desde luego, no seré el último periodista distinguido por estas condecoraciones del odio que honran a quienes las padecen. A honor lo tengo.
 
Pero conviene una mínima explicación del fenómeno, que va más allá de la anécdota personal, sin más importancia que la que tiene. El terrorismo izquierdista está experimentando ya y experimentará mucho más en los próximos años un auge siniestro. La estrategia pancartera y golpista de socialistas, comunistas y separatistas contra todo lo que signifique derecha, las algaradas contra la guerra (cualquier guerra donde puedan atacar a Occidente) y los motines antiglobalización (donde todos los enemigos de la libertad tienen asiento) han promovido una inmensa leva de jóvenes terroristas entre los descerebrados del mundo. Y ello es particularmente visible en España, donde los mugrientos de diseño y los multimillonarios de extrema izquierda llevan camisetas con la efigie del Che Guevara o llaman asesino a Aznar mientras "dialogan" con Josu Ternera. Estamos ante la reproducción fríamente inducida desde los medios y partidos "progres" de todas las fórmulas y costumbres de la izquierda totalitaria de finales del XIX y todo el siglo XX. Esa es la nueva base social del terrorismo del siglo XXI. Ese es el enemigo que hay que identificar, combatir y destruir, si no queremos que nos destruya.
 
Para los liberales, y muy especialmente para los de Libertad Digital, esta es una prueba más del valor de la libertad. Si no costara tanto defenderla, su valor sería escasísimo. Un economicista diría que, en términos de coste y beneficio, sólo un beneficio inmenso justifica semejante inversión. Pero ninguna inversión es, a la larga, más rentable que la libertad ni hay institución humana y social que pueda comparársele. La libertad vale mucho más que la vida; porque la vida sin libertad, no es vida. Ni vida, ni nada.
 

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