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Agapito Maestre

¿La amenaza nacionalista?

Dejemos para otra ocasión las polémicas sobre la Comisión del 11-M, y levantemos alevosamente acta del modelo político triunfante: la España-nación ha desaparecido, o sea la democracia española está herida de muerte. Los ciudadanos españoles no son libres e iguales ante la ley. Después del 11-M, una vez que alguien le ha hecho el trabajo sucio a ETA, nadie debería hablar ya de la amenaza nacionalista a España. España como Estado-nación, surgida tanto de su propia historia como de la Constitución del 78, está siendo destruida. Quien defendía ese modelo ha sido desalojado del poder, por decirlo suavemente. Que nadie, por lo tanto, se engañe diciendo que el constitucionalismo, o el autonomismo democrático, están sucumbiendo ante la presión nacionalista. Se equivocan los bienintencionados “constitucionalistas” con su apelación retórica a la Carta Magna, el nacionalismo, después del 11- M, ha ganado la batalla.
 
La nación española, o mejor, el modelo de convivencia política basado en la historia de la nación española ha muerto. El 11-M nadie cerró filas por el modelo democrático español, sino por el sálvese quien pueda... Lo decisivo era expulsar del poder a quien se oponía a sus destrabados propósitos de hacer una España desigual, asimétrica y ventajista. Maragall, con la coartada que le da Chaves, e Ibarreche, con los servicios que le presta López, son los triunfadores. Zapatero es un acompañante “gozoso”, una sonrisa, para ocultar la tragedia. Después del 11-M, el nacionalismo vasco ya no necesita a ETA. Ya no hay nada que matar. El plan Ibarreche ya no es una demanda, un deseo, sino un genuina estrategia que está ejecutándose de acuerdo con lo planificado. ¡Para qué hablar de ETA!
 
El enfrentamiento entre constitucionalistas y nacionalistas pertenece al pasado. Después del 11-M, el modelo político imperante es el de Maragall, sucesor de Pujol, e Ibarreche. La llamada “España” plurinacional es hegemónica. Resulta duro reconocerlo , pero así es. Todo los demás son ganas de engañarnos. Naturalmente, a este personal le queda todavía un trabajito por hacer: eliminar cualquier posible resto de racionalidad, de nación democrática, de los ocho años pasados, que pudiera servir de memoria crítica contra los desmanes del nacionalismo gobernante. O sea, no pasará un solo día sin que las terminales ideológicas de los nacionalistas no vilipendien a quien se les opuso con éxito político y económico: Aznar.

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