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Agapito Maestre

Testamento vital

Bienvenida, en fin, sea esta ley, porque, aparte de proteger la autonomía de los individuos y respaldar jurídicamente que se respetarán los deseos del paciente para el final de su vida, defenderá al profesional de la medicina

Pocos lo dicen, pero muchos piensan que no es fácil hablar de la muerte. Tampoco de la vida. Y más difícil aún es hablar sobre la estrecha vinculación entre vida y muerte. Incluso Unamuno, seguramente el hombre que más y mejor ha hablado de la muerte, y del sentimiento de inmortalidad de los españoles, siempre recitaba: “Cuando pienso/ que tengo que morir / tiendo la capa en el suelo/ y no me harto de dormir.”
 
Quienes se han despertado para legislar sobre una muerte digna, que es tanto como hablar de una vida más acorde con el respeto al principio de autonomía de los individuos, han sido los representantes de la Asamblea de Madrid. Bienvenida sea la llamada ley sobre “testamento vital” aprobada, hoy, por la Asamblea de Madrid, porque hace legal la Declaración por la que uno fija cómo debe ser el tratamiento médico, en caso de que no pudiera expresar su voluntad.
 
Sí, bienvenida sea esta ley, porque nada tiene que ver con problemas coyunturales como el del Hospital Severo Ochoa de Leganés, sino que estaba hace tiempo recogida en la agenda política de la Asamblea. El Gobierno, pues, de Esperanza Aguirre propone, y la Asamblea legisla. O sea, la Comunidad de Madrid funciona, lo cual no es poco, si comparamos esta institución con el Parlamento Vasco que no halla la manera de elegir a su presidente.
 
Bienvenida sea esta ley, en segundo lugar, porque legaliza y da un estatuto jurídico a lo que hasta ahora eran meras declaraciones más o menos de carácter privado. Esta ley permitirá a la familia y, sobre todo, a los médicos, saber a que atenerse, cuando un enfermo terminal no pueda expresar por su propia voluntad cómo quiere morir o en qué condiciones quiere seguir viviendo.
 
Bienvenida, en fin, sea esta ley, porque, aparte de proteger la autonomía de los individuos y respaldar jurídicamente que se respetarán los deseos del paciente para el final de su vida, defenderá al profesional de la medicina tan injustamente criticado en los últimos tiempos. Esperemos, pues, que esta ley ayude al médico a humanizar aún más la ciencia ante el sufrimiento.
 
Aunque sólo fuera porque la mayor parte de las muertes ya no son domiciliarias sino hospitalarias, legislar sobre las directrices anticipadas o testamento vital era un asunto tan importante como urgente. Bienvenida, en fin, sea esta ley porque, además, ha sido capaz de recoger ciertas demandas sociales sobre órdenes parciales, poderes de representación, historia de los valores de los pacientes y, sobre todo, la planificación anticipada de los cuidados.

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