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Cristina Losada

La izquierda fashion victim

Zapatero le ha hecho a Sarkozy una solemne promesa muy parecida a la que escuchó Ségoléne. Incluye un "para siempre". Impregnarse del aura carismática del presidente francés bien merecía perdonar que le llamara imbécil.

La visita de Sarkozy ha permitido observar en qué consiste este socialismo nuestro. Aunque consistencia es lo que falta. Los socialistas han caído rendidos a los pies de un político al que hace dos años tenían por la viva encarnación de cuanto proclaman que les resulta odioso. Entonces, el hoy admirado líder francés era para el "progresismo" patrio un sospechoso amigo de Aznar y Berlusconi, un neogaullista, un neoliberal y casi un neocon, un partidario a ultranza del mercado, la globalización, y las privatizaciones, un atlantista, un reaccionario, un tipo de la derecha dura y un alter ego de Le Pen en asuntos como la inmigración y el patriotismo.

¿Ha cambiado de ideas Sarkozy? No especialmente. ¿Ha cambiado el PSOE? Tampoco. Y, sin embargo, unos socialistas adictos a la guerra ideológica se han inclinado con particular unción ante un representante de la derecha. Que –conviene recordar– no por ser francesa y chic deja de ser derecha. Qué caras de felicidad mostraban junto a él. Qué aplausos cuando impartía lecciones de política antiterrorista que eran la antítesis de lo que han hecho. El entusiasmo socialista por Sarkozy ha sido desbordante y, desde luego, nada inocente. Pero va más allá del obvio intento de adquirir popularidad por contacto con la glamourosa pareja.

El espectáculo dejaba a la vista que los herederos de aquella izquierda de la lucha de clases, que aún resucita como farsa en ocasiones, son un grupo de niños bien y de aspirantes a nuevos ricos que se funden ante un vestido de Dior y un aire cosmopolita. Y que lejos del radical chic que descubría Tom Wolfe en un guateque de los Bernstein, se quedan en un ordinario quiero y no puedo. La frivolidad reordena las fobias y filias de estos socialistas, pero también rellena el vacío de su ideario, que componen con restos de temporada que van dejando las modas políticas.

Pobre Ségoléne. Dos años atrás, Zapatero le hacía a ella y a los socialistas franceses una promesa de amor eterno. Con un "siempre, siempre estaré a vuestro lado", concluía en Toulouse un emotivo discurso de respaldo a la candidata. Perdió Royal, fracasó el partido hermano del PSOE, tal vez primo, y al cabo Zapatero le ha hecho a Sarkozy una solemne promesa muy parecida a la que escuchó su rival. Incluye un "para siempre". Impregnarse del aura carismática del presidente francés bien merecía perdonar que le llamara imbécil.

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