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Cristina Losada

Lennon o la invención del pasado

Un "pacifismo" selectivo, dirigido contra quienes combatían la expansión del comunismo y alentado por la propia Unión Soviética. De haber triunfado, hoy cantaríamos loas a un Kim Jong Il o a un Ceaucescu.

Como todos los 8 de diciembre, el aniversario del asesinato de John Lennon sirve menos para recordar al músico de talento que al "rebelde" que, al parecer, encarnaba como pocos el malogrado artista. Ya hemos hecho de él un apóstol y un mártir de no se sabe bien qué causas. O sí: representa los sueños de los sesenta, cuando los jóvenes, sujeto revolucionario del momento, creyeron que podían "cambiar el mundo". De ahí la pretensión de dotar a su asesinato de un significado que trascienda el hecho, terrible pero simple, de que un perturbado mate al hombre del que es fan, o sea, fanático.

Para los fabricantes de mitos de ocasión, Lennon era un indomable luchador contra el "sistema", que sea lo que sea, siempre es malo y siempre es capitalista. Rememoran el famoso bed in de John y Yoko, realizado en un lugar tan antisistema como la suite presidencial de un Hilton. Cierto que su "no a la guerra" fue más creativo e ingenuo que el que vendría luego, pero no dejaba de ser típico de la Guerra Fría: un "pacifismo" selectivo, dirigido contra quienes combatían la expansión del comunismo y alentado por la propia Unión Soviética. De haber triunfado, hoy cantaríamos loas a un Kim Jong Il o a un Ceaucescu.

En esos relatos que se prodigan, el asesinato de Lennon simboliza el fin de las ilusiones concebidas en aquella década: muertas las esperanzas de construir un mundo mejor, uno en el que reina la paz y sólo necesitamos amor, advinieron tiempos sombríos. Un dictamen que se refiere a los tiempos de Reagan y Thatcher y que siempre elude la existencia del imperio comunista, cuyos amos, por cierto, veían el pop, el rock y el jazz como una degeneración burguesa.

Así nos cuenta la historia la mitología al uso. Toda una invención del pasado de la que, tal vez el propio Lennon, un hombre inteligente, echaría pestes. Y que aún resulta más extravagante cuando se traspone a España, donde sólo cinco mil personas asistieron al concierto de los Beatles. Aunque igual todo el mundo estuvo allí, del mismo modo que todo dios corrió delante de los grises y vivió, en París, el famoso mayo. La tendencia a la mitificación incluye ahora, como regalo, la mitificación de la propia biografía. No se quiere minimizar con ello la influencia social de los Beatles. Ni la que ejercieron tantos grupos de la época en cuanto a la difusión de conductas vitales y actitudes políticas. Al contrario, tuvieron un influjo enorme. Y de efectos destructivos para muchos, incluidos ellos mismos.

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