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Agapito Maestre

Visiones exóticas y reaccionarias

Esas revueltas nos enseñan, o mejor, nos confirman a los demócratas occidentales que es necesario mantener la voz preparada para gritar muy fuerte contra el poder. Del poder, sí, hay que desconfiar.

Varias visiones del mundo árabe se han puesto en cuestión con las movilizaciones populares en los países árabes. Ya he gastado alguna columna en llamar la atención sobre el fracaso de quienes pensaban que una revuelta popular de carácter ciudadano, o sea, una toma de la calle antes que un asalto al Palacio de Invierno, era imposible en estos países. Los "científicos" occidentales, por llamarles algo, de la política del mundo árabe han quedado desautorizados, porque el pueblo, cual sociedad civil desarrollada, se ha rebelado contra los tiranos para dejar claro que el gobernante no es eterno. Está de paso.

Esa revuelta, aunque le cueste creerlo a los reaccionarios occidentales, no ha estado tutelada por ningún caudillaje; no ha habido partido alguno de vanguardia ni nada que se le parezca a las revoluciones de tipo socialista o comunista. Además, y este dato es decisivo, el ejército ha actuado con gran sentido profesional y, lejos de entregarse a los déspotas, ha dejado que el pueblo exponga sus problemas.

La concepción tecnocrática, es decir, europea de la política en el mundo árabe, aunque muchos se empecinen en llamarnos ingenuos, ha fracasado con estas revueltas. Es menester insistir en este asunto, porque del buen entendimiento de esa rebelión popular, que no tiene otro objetivo que cambiar a los déspotas gobernantes para que los ciudadanos puedan participar en lo público, dependerá el devenir de esos países. Ni los Hermanos Musulmanes ni los partidos políticos de vanguardia, que están en el exilio o en las catacumbas, han estado dirigiendo la protesta. No, no y no. Las revueltas populares han surgido, como en las épocas más importantes de las revoluciones liberales de Occidente, del cansancio popular y, sobre todo, del afán de emancipación política de los sectores más desarrollados política y moralmente de la sociedad.

Esas revueltas nos enseñan, o mejor, nos confirman a los demócratas occidentales que es necesario mantener la voz preparada para gritar muy fuerte contra el poder. Del poder, sí, hay que desconfiar. Las revueltas árabes, y no es su menor lección, nos han mostrado que es menester desconfiar siempre y en todo lugar del Poder. Es necesario alimentar el horror a cualquier palabra que concentre y fije el Poder. El recuerdo de este grito republicano, el grito ciudadano de todos los tiempos, nos ha hecho ver con claridad que también el mundo árabe puede liberarse de las cadenas de los poderosos.

Pero, sobre todo, ilustran a Occidente que Oriente tiene decisivos puntos de contacto con el resto de la humanidad en general, y las sociedades democráticas en particular. En efecto, hay una visión exótica, casi idílica del mundo oriental, que se ha venido abajo con las revueltas populares en los países árabes. El Oriente de la sabiduría mística, el héroe Saladino y las bellas mujeres bailando la danza de los siete velos son fantasmagorías propias del romanticismo del XIX. Nada. Humo. Del que han vivido y siguen viviendo los socialistas españoles, especialmente en Andalucía, para hacer tragar a sus partidarios que todo oro es moro. Oriental. Ese Oriente "buenista" y de película mala que se enfrentaba a un Occidente cruel y beligerante también se ha derrumbado. Oriente puede aprender de Occidente y viceversa.

No diré yo que Oriente y Occidente no son diferentes, cómo dudarlo, pero tienen más puntos en común del que están dispuestos a reconocer esos burdos Orientalistas de cartón piedra. La búsqueda de la libertad y la crítica al despotismo político son experiencias básicas del ser humano, seguramente más decisivas que las culturales, que acercan al mundo Oriental a Occidente. Por lo tanto, los insurrectos árabes quieren antes control de los gobernantes, reelección de cargos y participación en lo público que la literatura occidental sobre las Mil y una noches.

Así las cosas, a quienes me llaman ingenuo, les respondo: ingenuos, en verdad, son los que profetizan –a partir de lo que no saben– lo que va a venir. Claro que pueden malograrse estas revueltas, pero igual que se ha malogrado la democracia española... Todo está por hacer. Pero quien se niega a ver lo que hay, incluida la miseria de su entorno, está condenado a la repetición de la perversión.

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