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Daniel Rodríguez Herrera

Serás obsoleto

Los gobiernos podrán sobornar a las empresas para que continúen su actividad o aprobar leyes Sinde para darles poder sobre los consumidores. Pero éstos los abandonarán antes o después. Es prolongar una agonía.

Al final no era. Muchos han informado, siguiendo al Daily Mail, que cerraba la última fábrica de máquinas de escribir y resulta que no, que aún las siguen haciendo, principalmente para los presos, a quienes sus guardianes prefieren no dar portátiles y conexión a internet por alguna extraña razón, pero que sí les permiten máquinas transparentes –para que no oculten nada dentro– porque les facilitan censurar su correspondencia.

Pero aunque no se hayan dejado de construir, a efectos prácticos es como si ya hubiera ocurrido. Y fueron omnipresentes en la vida y el arte de casi todo el siglo XX. No nos imaginamos la labor del periodista de primera mitad de siglo sin su Underwood portátil ni sería lo mismo la oficina interminable de El apartamento. Cuando comencé a hacer trabajos para colegio e instituto, le daba a una Olivetti antes de ser la envidia de mis compañeros con mi PC y su impresora Mannesmann Tally MT-81. Y en dos décadas ya no la compra nadie ni la usan más que los muy nostálgicos.

Es la historia de la destrucción creativa de Schumpeter. Las máquinas de escribir eléctricas fueron desplazando a las mecánicas de toda la vida, y éstas por ordenadores diseñados para funcionar exclusivamente como procesadores de textos hasta que los computadores personales acabaron convirtiéndose en el aparato en el que escribimos nuestros textos. Y aún así muchos ya empezamos a darle a la tecla en nuestros móviles. Aunque no lo crean, más de un artículo publicado en Libertad Digital fue escrito en un Iphone. Y no señalo a nadie.

Empresas solventes cerraron o tuvieron que reconvertir su actividad. Muchos perdieron su empleo y tuvieron que buscarse otro. Los trabajadores se quejarían en su momento de la injusticia, pero en realidad no tenían a nadie contra quien protestar: eran sus mismos clientes de siempre los que habían cambiado sus preferencias. Pasa continuamente, e intentar detenerlo no tiene sentido. Es prolongar una agonía. Los gobiernos podrán sobornar a las empresas para que continúen su actividad o aprobar leyes Sinde para darles poder sobre los consumidores. Pero éstos los abandonarán antes o después. Ahora mismo está sucediendo, por ejemplo, con las televisiones: la empresa conjunta montada por Samsung y Sony para fabricar sus paneles LCD ha reducido su capital en previsión de que la tecnología OLED acabe por jubilar su producto. Que lo hará en pocos años.

Podré echar una lagrimilla de nostalgia por la vieja máquina de escribir. Pero lo hago mientras escribo en un ordenador. Sólo faltaría.

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