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Agapito Maestre

Meditación sobre Sol

La ocupación material e ininterrumpida de ese ámbito público por unos cuantos individuos, que incluso reconocen no representarse a sí mismos, tiene que ser vista como una agresión. ¿Qué hacer ante el agresor? Defenderse.

Nunca ha sido fácil hacer un buen uso de las pasiones, especialmente si pertenecen al género de las llamadas pasiones políticas. He ahí el ejemplo de la movida española de los indignados del 15-M, que ha pasado de ser una fuente de inspiración de protesta democrática, sensata y verosímil contra un régimen político mortecino, a una mascarada ideológica para esconder vicios mentales de una vieja y vulgarísima extrema "izquierda" llena de estulticia intelectual. Por fortuna, los mejores que había en Sol ya se marcharon. Sólo queda la espuma. Permanece una pequeña muchedumbre que hace mal, mucho mal, como diría Descartes, por poseer un bien que no merecen.

La indignación, la ira y la rabia son pasiones valiosas en la medida que están fundamentadas sobre una opinión política, sensata y ajustada a la realidad, unos argumentos sólidos, capaces de enfrentarse a la injusticia de modo proporcionado con el mal causado, y un juicio político, basado en el contraste de muchos pareceres. La pasión de la indignación, esa especie de odio o aversión que la naturaleza ha puesto en cada uno de nosotros con mayor o menor abundancia, contra los que hacen algún mal, sea del tipo que sea, desaparece si perdemos de vista al causante concreto de mal. Eso es, exactamente, lo que ha sucedido en la movida de Sol.

Quienes se han plantado en Sol, sin otro "fundamento" que reclamar una justicia universal contra todos los males de la humanidad, son unos impostores, o peor, gente que se autoengaña cobardemente y, sobre todo, son criminales de una de las principales pasiones del ser humano: la indignación, rabia, ira u odio que sentimos por naturaleza contra los que hacen algún mal. Eso es, repito, lo que yo siento ante los concentrados de la Puerta del Sol: indignación. Me siento indignado con ellos porque poseen un bien que no han merecido, a saber, participar en el proceso político de creación de bienes en común sin ninguna limitación, o sea, sin atender que su ocupación de un espacio público era simbólica o se convertía, directamente, en una agresión al resto de ciudadanos que viven en ese lugar.

Mis amigos de Sol, sí, los kiosqueros, los pasteleros, los camareros, los joyeros, los loteros y otros tantos profesionales del sector servicio se sienten maltratados. Los perroflautas han machacado sus negocios. En fin, mientras que la indignación de los comerciantes y ciudadanos de Sol está justificada, entre otras razones, porque el causante del mal está bien delimitado, la indignación de los acampados allí es pura filfa. En efecto, la indignación fundamentada sobre una abstracción, por ejemplo, sobre un sentimiento de injusticia universal, es, en verdad, un engaño. Una manera de asesinar una de las grandes pasiones políticas de todos los tiempos.

Cuando los del 15-M salieron a la calle indignados por la corrupción, o por la falta de representatividad democrática de nuestro sistema político, fueron vistos con simpatías por millones de ciudadanos que compartían esa pasión. La ocupación de un espacio público para convertirlo en un foro político de carácter simbólico fue bien visto por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, la ocupación material e ininterrumpida de ese ámbito público por unos cuantos individuos, que incluso reconocen no representarse a sí mismos, tiene que ser vista como una agresión. ¿Qué hacer ante el agresor? Defenderse. O sea, o Rubalcaba los desaloja o diremos que está colaborando con los delincuentes.

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