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Adolfo D. Lozano

Lo que no te cuentan del fármaco más vendido

La colesterolfobia reinante puede ser devastadora en términos de salud pública. Solemos decir que el remedio es peor que la enfermedad. Sin embargo, el colesterol alto no es una enfermedad.

De acuerdo a la Asociación Americana del Corazón, más de 100 millones de norteamericanos superan los 200 mg/dl de colesterol total. Para la industria farmacéutica, esto supone más de 100 millones de potenciales consumidores. Cuando uno se pregunta por qué dura tanto, y tan persistentemente, el mito del colesterol, no habría que extrañarse. Una de las industrias más rentables del mundo, la farmacéutica, con el símbolo del dólar en los ojos ha hecho todo lo posible por mantener vivo el mito del colesterol. Y parece que a las farmacéuticas no les ha ido mal, nada mal. En 2004 Lipitor (el nombre comercial de la atorvastatina), del gigante Pfizer, se hizo con el récord de primer fármaco con receta en alcanzar 10 millones de dólares en ventas en sólo un año. Según la revista Forbes, los fabricantes de estatinas para reducir el colesterol están facturando a razón de unos 26 millones de dólares anuales.

En dicha campaña para demonizar el colesterol, nadie –por desgracia, parece que ni los médicos– se preocupa por lo esencial que es el colesterol. Sin él no generaríamos vitamina D con el Sol, ni hormonas como testosterona, progesterona o estrógeno, y es vital para la conexión entre las neuronas. En la paranoia colesterolfóbica en que se han empeñado en que vivamos, Bill Alpert, periodista norteamericano, ¡llegó a recomendar que se añadieran estatinas para reducir el colesterol al agua de consumo público! ¿Pero qué son y qué hacen las estatinas?

Las estatinas (atorvastatina, lovastatina, simvastatina..., bajo distintos nombres comerciales) hacen algo muy simple para reducir el colesterol: inhiben una enzima (HMG coenzima A reductasa), provocando que el cuerpo refrene su producción de colesterol. El problema es que al inhibir esa enzima se bloquean subsiguientes pasos bioquímicos imprescindibles para producir sustancias necesarias para el óptimo funcionamiento del organismo. Una de estas sustancias es la coenzima Q10. La coenzima Q10 se encuentra particularmente presente en el corazón y los músculos, es un potente antioxidante y fundamental para que las células del cuerpo generen energía. Como cualquier ordenador, nuestro cerebro, corazón, pulmones...necesitan energía. Sin energía no hay vida. Incluso la propia industria farmacéutica no niega los dolores musculares y la debilidad como efectos secundarios habituales en las estatinas.

Veamos la cascada de daños que puede causar una terapia con estatinas, desde el corto hasta el largo plazo. Al reducirse el colesterol en las membranas celulares, la habilidad de los músculos para contraerse y expandirse se reduce. Además, la reducción de colesterol en dichas membranas celulares parece que facilita que las células pierdan sodio y potasio, esencial para el movimiento. Una de las razones por las que las plantas no tienen colesterol y los animales sí es que las plantas no corren ni andan; esto es, no se mueven. Dramáticamente, el desequilibrio y falta de sodio y potasio en las células fuerza a que éstas necesiten producir aún más energía (más ATP), tarea para la que precisamente se ven comprometidas. Al final los músculos se acaban contrayendo, lo cual agrava aún más la pérdida de potasio, y con ello la fatiga. Así, poco a poco aquellas estatinas para mantener a raya nuestro colesterol van erosionando más y más los músculos. Posteriormente, los nervios acaban viéndose afectados, lo cual favorece daños nerviosos como neuropatías. A su vez, la falta de fuerza en los músculos que sujetan las articulaciones nos hace más vulnerables a la artritis. Mientras, nuestras células, con una carencia de sodio y potasio encuentran sustitutos alternativos en el calcio y magnesio. Lo cual es terrible. Y lo es porque esto genera la calcificación de arterias, corazón, músculos... Pensemos, para recrear visualmente el efecto, en calcificación de tejidos como en endurecimiento y petrificación de los mismos. De este modo las válvulas del corazón no pueden funcionar adecuadamente. De ahí que el consumo de estatinas a largo plazo se haya asociado con fallo coronario diastólico. Por otro lado, en las células, la falta de colesterol en sus membranas impide una correcta asimilación de la glucosa que la insulina le transporta para generar energía; debido a esto (por no poder manejarse la glucosa), las estatinas también se han asociado con diabetes.

En tanto la mayor concentración de colesterol tiene lugar en el cerebro, cabe esperar efectos claros en este órgano por el consumo de estatinas en el tiempo. Así, los consumidores de estatinas acaban padeciendo un alto grado de casos de problemas neuronales como neuropatía, neuralgia y parestesia y un elevado riesgo de sufrir enfermedades como Parkinson.

Un estudio de 2005 del Journal of the American Geriatrics Society mostraba que las personas de edad avanzada con más bajos niveles de colesterol total tenían el doble de probabilidad de morir que aquéllas con el colesterol alto. Este año, en 2011, se publicó un estudio en el que se siguió a un grupo de personas mayores durante 17 años, midiéndose su colesterol y otros marcadores asociados junto con marcadores de deterioro físico. En concreto, se midió su nivel de colesterol, capacidad para sintetizarlo (latosterol), y capacidad para absorberlo intestinalmente (sitosterol). ¿Los resultados? En comparación los que tenían los marcadores bajos, aquéllos que tenían alto colesterol y altas capacidades para producirlo y absorberlo disfrutaban de 4’3 más años de vida. Sin duda, parece que gran parte del estamento médico, gracias a la intercesión del poderoso influjo de las farmacéuticas, aplica a sus pacientes aquello de cuanto peor, mejor.

Con esto podemos calibrar hasta qué punto la colesterolfobia reinante puede ser devastadora en términos de salud pública. Solemos decir que el remedio es peor que la enfermedad. Sin embargo, el colesterol alto no es una enfermedad. Puede resultar trágico, pero en casos como éstos hay que pensar en el remedio farmacológico como la auténtica enfermedad. 

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