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Cristina Losada

Dicen que gobiernan los conservadores

No sé qué barbaridades hubiera exclamado Valle-Inclán, que fue uno de sus clientes, pero en la amenaza que se cierne sobre el Gijón, yo veo aflorar un crónico desprecio por el pasado

El Café Gijón, vestigio del mundo de ayer que ha sobrevivido como de milagro, puede echar el cierre un día de estos por un vidrioso asunto de terrazas, concesiones y reglamentos de los laberintos municipales. A mí me ha parecido una de las peores noticias de los últimos tiempos, y vaya si las hay, que pueda asistirse, como si tal cosa, al final de uno de los tres o cuatro cafés de época que han de quedar en Madrid a estas alturas. Digo los auténticos, pues con la desaparición de los antiguos, proliferaron las imitaciones. Y he pensado, cómo no, en "El mundo de ayer" de Stefan Zweig, donde escribía sobre los cafés vieneses como instituciones que no tenían parangón, y crisoles de la actividad intelectual y literaria. En Viena, los más célebres de aquellos cafés siguen ahí, aunque sólo sea para recreo del turista, y también seguramente por un apego al ayer que escasea entre nosotros.
 
Admito que me importan poco los pormenores del entuerto, si tiene razón el Ayuntamiento y sólo aplica la ley o si la tienen los propietarios. Lo importante, lo inquietante, es que la autoridad municipal actúe como si se tratara de un local cualquiera. Obviamente, no considera digno de especial protección a un establecimiento centenario, que fue centro de reunión y tertulia de generaciones literarias como las del 98 y el 27, notables escritores de los años cincuenta y posteriores, y de tantos pintores y actores. Y no estima tampoco su valor como atracción para esos viajeros que, en Venecia, gustan de ir al Florian, en París al café de la Paix y al Flore, en Lisboa a la Brasileira, en Berlín al Adlon Kempinski, en Viena al Central o al Sacher y en Madrid, al Gijón. ¡Tontos nostálgicos! Ir a un café viejo, sin música y sin tele, a quién se le ocurre.
 
Hubo una época en la que las urbes españolas perdieron imponentes edificios y sus cascos antiguos derivaron en barrios marginales. Hasta piezas muy valiosas de nuestro patrimonio se sumieron en alarmante deterioro. Luego se puso coto a la faceta más destructiva de la pulsión modernizadora, pero el desprecio por el pasado vuelve a aflorar en multitud de ocasiones. No sé qué barbaridades hubiera exclamado Valle-Inclán, uno de los asiduos de la terraza en disputa y aún presente por allí en efigie, ante este esperpento. Pero yo veo en la amenaza que se cierne sobre el Gijón un rebrote de aquel escaso aprecio por el legado recibido, que se manifiesta en falta de voluntad por preservarlo. Y dicen que en el Ayuntamiento de Madrid gobiernan los conservadores.

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