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José María Albert de Paco

Los mejores años de nuestra vida

Nunca hubo un caso Millet o un caso Palau; antes bien, estábamos ante la enésima excrecencia del caso Cataluña.

Un lugar común en el discurso de los políticos ciuvergentes es la afirmación de que la dedicación a la cosa pública (es decir, a Cataluña) les ha llevado a perder dinero. Si hubiéramos puesto nuestro talento al servicio de la empresa privada, vienen a decir, quién sabe a qué risco de la lista Forbes nos habríamos encaramado. Se trata, por cierto, de un consuelo rabiosamente transversal: también los popes del antinacionalismo lamentan lo ingrato que resulta ocuparse, un día tras otro, del problema catalán. Arcadi Espada ha acuñado un latiguillo para ilustrar esta enojosa indiferencia: "¡Con lo que yo habría sido!".

Más allá de la ironía (ah, la de hacedores de endecasílabos que el nacionalismo ha frustrado), lo cierto es que nadie que no sea un malintencionado se atrevería a afirmar, por ejemplo, que el rasgo primordial de los quince intelectuales que inspiraron Ciutadans era el antinacionalismo. Antes que antinacionalistas eran escritores, editores, letrados, filósofos, y no precisamente del montón, de ahí tal vez el mohín de desprecio (un desprecio, entiéndase, puramente franquista) con que la susietat sivil empezó a conjugar la palabra intelectual a mediados de 2005.

Pero estábamos con los ciuvergentes y su peculiar concepción del sacrificio, un rasgo que comparten, a qué negarlo, con algunos personajes de la derecha española. A ello habría contribuido, más que la hoja de méritos de unos y otros, el hecho de que en las bancadas de la izquierda sólo haya licenciados en filología (que no filólogos, como a menudo se dice). Por simple comparación, cualquier licenciado en derecho o económicas con un máster de negocios se permite alardear de haberse echado a perder en beneficio del pueblo.

El borrador policial publicado esta semana por El Mundo supone el colofón a cuanto Manuel Trallero reveló en Música celestial. Que Pujol y Mas hayan engordado cuentas en Suiza a partir de comisiones ilegales sustanciaría la gran hipótesis del reportaje, esto es, que nunca hubo un caso Millet o un caso Palau; antes bien, estábamos ante la enésima excrecencia del caso Cataluña.

Por lo demás, cabe la posibilidad de que el círculo virtuoso de la ciuvergencia no haya perdido tanto dinero como ha ido voceando durante más de treinta años. Sirva la presunción de excelencia para no aventurar que lo han ganado; cuando menos, no obstante, no lo habrían perdido.

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