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Cristina Losada

Qué sorpresa, los Gobiernos se espían

Al parecer, lo único decente que puede hacer América ante la amenaza terrorista es nada.

Al parecer, lo único decente que puede hacer América ante la amenaza terrorista es nada.

En alguna parte he leído que la CIA es el servicio de inteligencia que ha dado más whistleblowers, espías arrepentidos que chivan a la prensa cuanto saben de operaciones encubiertas y demás actividades que realizan en la sombra, como es propio de ellas, las agencias de espionaje. Con tantos exagentes dedicados a revelar secretos, los servicios secretos de Estados Unidos deben de estar entre los menos secretos del mundo. Todo, bueno, casi todo, acaba saliendo a la luz por obra del Snowden de turno y entonces llega el escándalo. O el escandalillo. Como ése que fingen varios Gobiernos europeos desde que se publicó que fueron espiados por sus amigos de Washington.

Fingimiento, digo, porque nadie ignora que todo el mundo espía a todo el mundo, y los Gobiernos francés, alemán o cualquier otro no disponen de servicios de inteligencia para tenerlos haciendo ganchillo. Esta obviedad ha tenido que recordarla Obama ante las quejas de París, Berlín y la Unión Europea. "Les garantizo –dijo desde Tanzania– que en las capitales europeas también hay gente interesada en saber, si no qué he desayunado, sí al menos qué temas voy a sacar cuando hable con sus líderes". Puede que no lo consigan, pero seguro que lo intentan.

Yo no sé si los franceses creen que en la Piscina, como se conoce a su servicio secreto, se dedican a hacer largos y a jugar a la petanca. O si los europeos piensan que los espías sólo salen en las películas y las novelas. Igual resulta que sí, que el ciudadano contemporáneo se ha vuelto irremediablemente pueril e ignora que los Estados se espían, desde tiempo inmemorial, los unos a los otros. Sea como fuere, esa ingenuidad rayana en la simpleza parecen darla por sentado los Gobiernos con ese rasgarse las vestiduras porque, oh sorpresa, los espías existen de verdad, quién lo iba a decir.

La indignación por los programas masivos de espionaje que ha denunciado Snowden nos lleva, además, a otra muestra de hipocresía. Tras el 11-S, cuando Bush declaró la guerra al terrorismo y Estados Unidos invadió Afganistán e Irak, los oponentes de esa política, entre ellos varios Gobiernos europeos, decían por activa y por pasiva que debía recurrirse a la inteligencia, en lugar de a la fuerza. Esto es, que para combatir el terrorismo no había que movilizar al ejército, sino a los espías. Bien, pues Washington ha movilizado al espionaje y resulta que tampoco vale. Al parecer, lo único decente que puede hacer América ante la amenaza terrorista es nada.

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