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Daniel Rodríguez Herrera

Homeopatía, o el Gobierno contraproducente

A este paso acabaremos teniendo una ministra de Sanidad que luzca orgullosa una pulsera Power Balance...

A este paso acabaremos teniendo una ministra de Sanidad que luzca orgullosa una pulsera Power Balance...

Una madre canadiense decidió que su hijo de siete años, que padecía una infección de estreptococos, se curaría con remedios homeopáticos, así que no acudió al médico. El niño murió, y su madre se enfrenta ahora a una acusación que podría acabar con sus huesos en la cárcel. En un capítulo de la popular serie de los años 90 Farmacia de guardia la protagonista recibía por parte una clienta una receta para que la elaborara en la botica. La receta sólo decía "H2O", la fórmula química del agua. El médico, aprovechando los pocos conocimientos de una paciente que no tenía nada, estaba encargando al farmacéutico a quien llevara el papelito que le suministrara agua en algún formato que le hiciera parecer medicina. Eso, y no otra cosa, es la homeopatía. No hay principio activo en los preparados de tan diluidos que están, y su eficacia es la misma que la del agua.

Ante timos como la homeopatía existen dos alternativas: o los Gobiernos se lavan las manos y dejan al mercado hacer o deshacer, aunque con la ley persiguiendo el fraude, o meten la nariz para protegernos de lo que considere excesos de la libertad. Ambas opciones son defendibles intelectualmente y tienen sus apoyos, pero la que ha triunfado en nuestro mundo es sin duda la segunda. Lo cual, al margen de sus ventajas, tiene entre sus consecuencias indeseadas que los ciudadanos ya no nos preocupamos tanto de si tal producto es seguro o si aquel de allá es eficaz: damos por sentado que ya lo han hecho unos funcionarios y tienen el sello de aprobación de gente que sabe. Porque si no el Gobierno no permitiría venderlo.

Un ejemplo de lo bien que funciona este sistema lo tenemos en los yogures Actimel y sus clónicos, que siempre se han anunciado como una ayuda a nuestro sistema inmunitario gracias a la acción de un bichito llamado Lactobacillus casei, al que añadían la coletilla inmunitas. Pues bien, durante un tiempo las autoridades europeas les prohibieron ese tipo de publicidad porque ingerir la bacteria en cuestión no sirve para nada. Perfecto, ¿no? Sin embargo, ahora le han añadido la cantidad justa de vitamina B6 a la fórmula para que no les puedan empapelar, pese a que es bastante raro no consumir la suficiente por otras vías, porque está en un montón de alimentos.. Y como confiamos en que el Gobierno prohibiría a las empresas publicitar algo como especialmente saludable si no lo es, confiamos en que realmente esos yogures hacen algo. Pero no lo hacen.

Otro tanto sucede con la homeopatía, a la venta en farmacias de toda España; un negocio multimillonario del que se beneficia principalmente la multinacional francesa Boiron. El Gobierno quiere aprobar un reglamento que legalice esta situación generalizada, pero de aquella manera. Mientras que los medicamentos de verdad tienen que probar su calidad, seguridad y eficacia mediante costosísimos ensayos clínicos, los preparados homeopáticos sólo tendrán que probar que no matan a nadie. Lo cual, tratándose de agua, es bastante sencillo, claro.

Entiéndanme. Si Voltaire decía que daría su vida por defender el derecho de los demás a decir chorradas, no sé por qué no voy a defender yo el derecho de unos timadores franceses a ganarse la vida como todo el mundo siempre que no incurran en fraude, es decir, siempre que no digan que su producto hace algo que no hace. Creo que todos tenemos el derecho inalienable a meter la pata hasta el corvejón siempre y cuando no hagamos daño a terceros, así que no me parece mal que se regule y permita la venta de productos homeopáticos.

Eso sí, debería hacerse en igualdad de condiciones. Si el tabaco se vende con unas etiquetas enormes que advierten de lo malo que es, la homeopatía debería poder venderse con unas etiquetas que ocuparan media caja, o frasco, o como quieran venderla advirtiendo de que el producto en cuestión no hace absolutamente nada. Sería lo coherente, si Ana Mato de verdad se preocupara por la salud de los españoles, pero parece que no es el caso. Y es que a este paso acabaremos teniendo una ministra de Sanidad que luzca orgullosa una pulsera Power Balance...

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