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Cristina Losada

¿Ya no quedan revolucionarios en Europa?

La confianza en la moderación de los radicales es en el fondo la aventurada confianza en que no es posible que en Europa se produzcan revoluciones.

La confianza en la moderación de los radicales es en el fondo la aventurada confianza en que no es posible que en Europa se produzcan revoluciones.

Cuantos se preocupen por lo que pueda acontecer después de una victoria de Syriza en las elecciones griegas, duerman tranquilos. Duerman tranquilos siempre que lleven razón quienes creen que ese partido no pretende ser otra cosa que un partido socialdemócrata al uso. Porque esa es, a fin de cuentas, la metamorfosis que vaticinan los que sostienen que una Syriza en el poder no romperá la baraja, se contentará con renegociar las condiciones de los rescates, arrojará a la papelera su retórica radical y aceptará las limitaciones de la realidad como cualquier gran partido europeo que se mueve en el centro del espectro y respeta las reglas de juego. Incluidas, huelga decir, las que entraña la pertenencia a la UE y al euro.

Tan reconfortantes pronósticos se derivan en gran parte de indicios que la propia Syriza ha tenido a bien diseminar por el camino. Sus dirigentes visitan las capitales europeas para asegurar a los políticos y a los mercados que no deben inquietarse, que llegados al Gobierno van a portarse como perfectos realistas y pragmáticos, y no como suenan cuando arengan a las masas. Y salvo los aguafiestas habituales, entre los que siempre me encuentro, todo el mundo entiende que en etapa electoral se le vaya a uno la mano en la demagogia y ponga en el programa cosas imposibles de obtener y, sobre todo, imposibles de tener al mismo tiempo. Ya se podarán esos excesos luego, cuando llegue la hora de gobernar. Así piensan los que confían en la fuerza moderadora del poder, de la economía y de Europa.

Pues bien. A mí me parecería sensacional que fuera cierto que los más ardientes radicales se vuelven estadistas responsables en cuanto se sientan en un consejo de ministros, pero tengo mis dudas: no es una mutación forzosa. De igual manera, me parecerá extraordinario que un partido cuyos orígenes se remontan al parque jurásico de la extrema izquierda setentera se transforme en una planta más del variado jardín socialdemócrata. Pero tendré que verlo. No soy escéptica porque considere imposible su transformación, sino porque ya se transformó y sus nuevos referentes no están en la democracia liberal ni en la economía de mercado.

La confianza en la moderación de los radicales es en el fondo la confianza en que no es posible que en Europa, en nuestra Europa, se produzcan acontecimientos políticos que cambien de arriba abajo el statu quo. Es la confianza en que existen instituciones y procedimientos tan sólidos que nada puede alterarlos por completo. Es una confianza que da por supuesto que no quedan otros revolucionarios en Europa que unos grupúsculos tan marginales que jamás catarán el poder, y que los partidos con posibilidades de gobernar que se dan aires revolucionarios sólo juegan a serlo y en ningún caso echarán abajo el orden instituido. Es una confianza, en fin, tan cómoda y apegada a la normalidad que igual conviene ponerla en cuarentena.

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