Hay películas en que los actores secundarios arrebatan el protagonismo a los principales. Este es el caso de la fase postelectoral en la que andamos, sin que ello signifique que los secundarios superen en talento a las viejas estrellas. Eso está por ver. Pero sí estamos viendo, ahora mismo, el desarrollo de un guión muy conocido: el guión de los pactos a la contra. Los pactos para que no gobierne tal o cual partido. A ese espíritu contrario ha respondido buena parte de los pactos y coaliciones que ha habido en España en autonomías y municipios. Tal fue el fundamento de los pentapartitos, tripartitos, bipartitos y demás criaturas híbridas que existieron; y que existieron, por lo general, el tiempo justo para certificar su fracaso. Porque unos partidos se aliaron para evitar que gobernara otro, y luego gobernaron para evitar que después de las siguientes elecciones gobernara su socio.
Como para demostrar, una vez más, que la nueva política se parece como una gota de agua a otra a la vieja, los de Podemos se han adherido abiertamente al principio del cordón sanitario: el objetivo primordial es que no gobierne el PP. Previsible, sin duda, y en línea con la tradición citada. Los nacionalistas de izquierda, al igual que IU, salvo alguna excepción notable, pactaron muchas veces con el PSOE con idéntico propósito. La diferencia es que no solían hacerle ascos a entrar en el gobierno, mientras que Podemos quiere ahorrarse el coste de la coalición, que es el coste de estar gobernando. No podrá escaquearse de esa factura en las ciudades de Madrid, Barcelona y alguna otra, por más que vaya empotrado en una coalición sui generis, pero su plan es librarse de esa confrontación con la realidad de aquí a las generales.
Tampoco Ciudadanos, vaya por Dios, está de momento por las coaliciones. No quiere participar en ningún gobierno que no presida, aunque al menos no está por los pactos de exclusión. Y este es el único indicio de que pueda haber algún gobierno de coalición estable y equilibrado en el futuro. En el futuro y ya veremos. Los primeros compases de la fragmentación política suenan poco prometedores: suenan tan vocingleros y sectarios como siempre. Quizá el encanto de la coalición es demasiado sutil y discreto para estos tiempos de política del espectáculo.