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Agapito Maestre

Viajes en agosto

El Salón General de Lectura de la Biblioteca Nacional de España no lo cambio por el mejor hotel del mundo.

Mis viajes en agosto no van más allá de la Biblioteca Nacional. El Salón General de Lectura de la Biblioteca Nacional de España no lo cambio por el mejor hotel del mundo. Aquí consulto libros y tomo notas. Escribo y leo. Eso es todo. Y a veces, como hoy, releo algún libro clásico para descansar de mi cotidiana tarea. Esta vez le ha tocado a Gulliver´s Travels, un clásico anglo-irlandés de la literatura universal, del famoso deán de Dublín Jonathan Swift. Los Viajes de Gulliver siempre te ofrecen cosas nuevas. Es un cuento para niños, dicen los moralistas; pero muy pronto asistimos al relato de todo tipo de obscenidades, incluso hay críticos que mantienen que parece escrito por un Boccaccio para adultos pervertidos. Es posible. Así son las sátiras, valen lo mismo para un roto que para un descosido. Las sátiras, y de eso sabía algo nuestro gran Quevedo, acaban transformando a sus creadores. La obra, sí, determina a su autor: Swift, el tory y hombre de iglesia, parece ser que era un incrédulo y republicano.

También los lectores, cuando dejamos el libro en la estantería, notamos que salimos de manera diferente, seguramente más rica, a como entramos. Nos ayuda a ver el mundo de otro modo. Nos sentimos gigantes, como Gulliver, en el país de Liliput, y enanos en Brobdingnag, que es el nombre del país donde reinaba un hombre con sentido común que afirmaba "que cualquiera que hiciese nacer dos espigas de granos o dos briznas de hierba en el espacio de tierra en que naciera antes una, merecía más de la Humanidad y hacía más esencial servicio a su país que toda la casta de políticos junta". Es el mismo rey que le pregunta a Gulliver, mientras le sostiene en la palma de su mano, si es wigh o tory… ¡Qué más da, diría Gulliver, si soy un pigmeo en la mano de un gigante! Aquí, en Brobdingnag, Gulliver aprende, en verdad, que el gigante que era en Liliput no es casi nada. Pero no es un a cuestión de simple relatividad, sino que se trata de algo más serio. El protagonista de este libro, sin duda alguna, uno de los mayores tratados del hombre político del siglo XVIII, es capaz de reconocer sus debilidades y gracias a ellas, o sea, del conocimiento de sí mismo se hace grande hasta decir: "Cuán vano es el esfuerzo de un hombre que se empeña en gloriarse entre aquellos que están fuera de todo grado de igualdad o comparación con él".

Sin embargo, lo decisivo e importante no es la relatividad del hombre, ni del político, ante el mundo, diríamos nosotros, sino la verdadera finalidad de las cosas. Esta es la perspectiva del gigante. Persistir en la genuina causa de la vida en común es la tarea del gigante político. ¿Siguen su causa los políticos españoles? Raramente. Nuestros liliputienses políticos están ofreciéndonos un espectáculo patético. Ya han pasado casi dos meses, desde el día de la elección del 26-J, y aún no se han puesto de acuerdo sobre los lugares que han de ocupar en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Aquí ya no valen los argumentos para justificar esta miseria. Hemos de leer otra vez el viaje de Gulliver a Liliput para entender algo de esos enanos. No hay una sola acción de grandeza política. Todo es mezquino. El mundo nos observa con perplejidad y esta gente no se pone de acuerdo sobre el asiento que han de ocupar. Terrible. Esta tropa es peor que el ejército de Pancho Villa. Me tropiezo con algunos liliputienses por el centro de Madrid y bajan la cabeza para esconderse. No creo que sientan vergüenza. Desconocen qué sea eso, entre otras cosas, porque les faltan lecturas. Pero si alguno de ellos, por casualidad me mantiene la mirada, lo mandaré… a Broddingngag. Aunque sería mejor mandarlo al país de los houynhnhnmes, pues fue allí donde más aprendió Lemuel Gulliver, pero cierto decoro profesional me impide hacer esa recomendación. Allí solo habitaban los ciudadanos-filósofos de la República de Platón.

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