Si los políticos no lo remedian de inmediato, lo que parece imposible en un país con gobierno en funciones, el próximo día 1 de diciembre Doñana pasará a engrosar la lista de "Patrimonio Universal en peligro". Probablemente antes Europa habrá abierto expediente por la "mala gestión del agua" en este entorno único en el mundo.
El Parque Nacional de Doñana se encuentra localizado en plena desembocadura del gran río Guadalquivir. Los historiadores de la Roma clásica, Estrabón entre ellos, describieron en este lugar un lago, el Ligurtino, que poco a poco se ha ido colmatando por los aportes fluviales y hoy forma la marisma, el más importante de los ecosistemas del Parque.
Durante siglos la marisma fue lugar de caza de acuáticas, y de hecho en las localidades de su entorno, como Sanlúcar o Matalascañas hay quien se refiere a la avifauna como "la cacería". Tranquilos: los cazadores, incluso con la adición de los furtivos, no han supuesto en ningún momento una amenaza seria para este ecosistema. Los políticos, y en especial los malos gestores del agua, sí.
El antropólogo norteamericano Marvin Harris se refiere en una de sus más populares publicaciones a la "trampa hidráulica", considerando como tal la necesidad de gestionar bien los recursos hídricos.
La eficacia en dicha gestión condicionado el éxito o fracaso de los gobiernos desde los primeros asentamientos humanos en las civilizaciones de la antigüedad, que se instalaron junto a los grandes ríos: mesopotámica o egipcia por ejemplo.
El gran humedal marismeño andaluz es hoy zona de paso y reposo para unos seis millones de ejemplares de aves al año, y es sede permanente de numerosas especies, al menos de cuatro mil, entre ellas el lince ibérico, su mejor y más representativo emblema, junto al águila imperial y la impresionante variedad de aves acuáticas, anátidas y limícolas.
En el pasado Europa contaba con un santuario semejante para las aves migratorias en la desembocadura del Tíber, pero la política de desecación de humedales que en aquellos momentos dominaba en el mudo en desarrollo condujo a la desecación de aquellas marismas romanas, víctimas de la concepción agraria de la época de Mussolini, que trataba de robar a las marismas terrenos de cultivo. Recordemos la mítica película Arroz amargo que explicaba la dureza de aquellos trabajos y el fracaso a que conducían.
Perdido el humedal apto para las aves, la naturaleza recuperaba el entorno marismeño salinizando poco a poco el terreno conquistado por los frustrados agricultores. El Agro pontino soñado por los ingenieros agrónomos de Mussolini fue un estrepitoso fracaso que dejó a Doñana como enclave único en las rutas migratorias de los millones de aves que pasaron a depender, ya en exclusiva, de la gran marisma andaluza formada en la desembocadura del Guadalquivir.
En los años sesenta del pasado siglo se decidió la desecación de la marisma de Doñana; en este caso no para plantar arrozales, sino eucaliptos, y de hecho la labor demoledora ya había comenzado cuando dos insignes científicos españoles, los biólogos Francisco Bernis y José Antonio Valverde, consiguieron evitarlo.
Se recabaron fondos internacionales para rescatar del desastre 6.700 hectáreas (1963), y posteriormente, con el apoyo de WWF, se adquirieron otras 3.200, estableciéndose así la base territorial necesaria para la inauguración del Parque. El Coto de Doñana, famoso Cazadero Real, se convertía así en el Parque Nacional de Doñana, un verdadero santuario natural que hoy se considera Patrimonio de la Humanidad.
El entusiasmo de los dos naturalistas, Valverde y Bernis, les llevó a dirigirse al entonces Jefe del Estado, Francisco Franco, apelando nada menos que a su patriotismo para evitar la pérdida de Doñana. Parece que Franco quedó profundamente impresionado y de hecho ordenó que se iniciaran de inmediato los estudios necesarios para justificar la protección del entorno y la paralización de las obras ya iniciadas. Así, la mezcla de entusiasmo científico, de entusiasmo y de valor de los dos naturalistas salvó el entorno de Doñana.
Desde entonces El Parque Nacional ha pasado por múltiples peligros. Hay que reconocer que su entorno se encontraba muy deprimido económicamente, pero eso no justifica la falta de inteligencia en la gestión de aguas y las concesiones de actividades industriales temerarias en semejante santuario. El derrumbe de la tapia de contención de la balsa minera de Aznalcóllar, que estuvo a punto de acabar con Doñana, es buena muestra de ello.
Es por la mala gestión del agua en el entorno de Doñana por lo que la Unión Europea abre en estos momentos las puertas a un expediente de infracción contra España, y esto es algo realmente vergonzoso y que, como decían Valverde y Bernis afecta al patriotismo de quienes consienten las infracciones o autorizan las actividades peligrosas eternamente denunciadas.
Más de 1.000 pozos ilegales y 3.000 hectáreas de cultivos también fuera de la Ley están minando los acuíferos que son madre de las marismas: dicho sea con el respeto necesario para la deprimida economía de muchos de esos regantes, a quienes habría que buscar la reconversión económica que necesitan. No olvidemos que el hombre debe ser necesariamente la especie que más nos preocupe.
Pero amenazas como la reapertura de la mina que causó el amago de desastre o el dragado del Guadalquivir siempre anunciado, o la instalación subterránea para el almacén de gas, son a todas luces incompatibles con la supervivencia de este entorno único en el mundo.
Desde luego en estos momentos no me atrevería a apelar al patriotismo de unos políticos como los que padecemos, incapaces siquiera de formar Gobierno. A lo mejor se les puede conmover con el caramelo de pedirles que no destruyan uno de los entornos que más les gustan para sus vacaciones. ¿Funcionaría?