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Carmelo Jordá

Lo que Simon Peres significaba para Israel

Mucho más que un líder político, Peres era un símbolo vivo de Israel y su historia al que todos los israelíes veneraban.

Mucho más que un líder político, Peres era un símbolo vivo de Israel y su historia al que todos los israelíes veneraban.
Simon Peres saluda a una mujer en un acto en Tel Aviv | C.Jordá

Tuve la suerte, siempre he considerado una suerte poder estar con un personaje histórico, de ver a Simon Peres en Tel Aviv en mi último viaje a Israel. Peres, nonagenario ya, participaba en un encuentro de start ups y se atrevía a lanzar reflexiones bastante cabales sobre las nuevas tecnologías y su influencia económica y política: "Antes de la revolución tecnológica la única posibilidad de que un país se hiciera más rico era teniendo más tierra, y la única forma de tener más tierra era conquistarla por la fuerza; ahora puedes hacerte más rico gracias a la educación y el conocimiento científico, y eso es algo que no es posible obtener a través de la guerra".

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Todo el mundo se puso en pie al entrar Peres | C.Jordá

Lo mejor, no obstante, no fue la intervención del propio Peres, a pesar de que el expresidente demostró que su mente estaba todavía no sólo lúcida sino en perfecto estado, sino la demostración de cariño y veneración que todo el público presente le dedicó al líder que ha fallecido este miércoles.

Israel es un país peculiar en muchos sentidos, uno de ellos es que es el hogar del que probablemente es el pueblo con más historia del mundo, pero tiene muy poca como país, así que los símbolos de ese país sin pasado de un pueblo tan consciente de su pasado son más que respetados, son adorados.

Y Simon Peres, el último vivo de los hombres que crearon Israel prácticamente de la nada, era uno de esos símbolos, que había transcendido su filiación política y que era percibido como algo propio no sólo por los laboristas que le votaron en algún momento durante su larguísima carrera política, sino por todos los demás israelíes, un grupo bastante numeroso porque la capacidad de Peres para perder contiendas electorales era hasta motivo de cariñosas chanzas en Israel.

Todos en pie

Pero todo esto sólo lo entendí después de que el speaker de la sala en la que me encontraba en Tel Aviv avisara de que iba a hacer acto de presencia Simon Peres, y sin otra indicación, todos los presentes se pusieran en pie como alzados por un único resorte.

Otra peculiaridad de Israel es la informalidad en el protocolo: nadie lleva corbata, un ministro te puede recibir en mangas de camisa y, en general, la percepción de la autoridad es mucho menos evidente que en cualquier otro país que haya visitado. Imaginen todo eso, encima, en un encuentro de empresas tecnológicas, repleto de jóvenes emprendedores, frikis informáticos y empresarios ambiciosos. Pues fue en ese ambiente en el que Peres fue literalmente adorado.

La gente se acercaba a él para darle la mano; le miraban con respeto; le hacían fotos con la consciencia de estar fotografiando la historia, pero a nadie se le ocurría hacerse un selfi; contemplaban su vacilante caminar –a pesar de sus espléndidos 92 años el tiempo y la vida ya habían hecho mella en él- como ayudándole, como sosteniéndole.

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Peres en un acto público en Tel Aviv en 2015 | C.Jordá

En los tres días de conferencias en ese mismo auditorio no hubo un solo segundo de silencio tan profundo y respetuoso como los minutos en los que Peres estuvo hablando, sentado en un sofá oscuro y acompañado sólo por uno de los organizadores del evento.

Peres estuvo junto a Ben Gurión en los días clave del nacimiento de Israel, contribuyó a ganar la guerra de la independencia, fue uno de los artífices de la creación de las Fuerzas de Defensa de Israel tal y como son hoy, fue ministro en muchísimas ocasiones, primer ministro en varias, participó en los acuerdos de paz, fue Premio Nobel y, finalmente, presidente, un cargo que no tiene un poder ejecutivo real pero sí una gran importancia simbólica y representativa.

Es decir, durante más de medio siglo lo fue todo en Israel y en sus últimos días era la encarnación viva del propio país. Era sólo un hombre, por supuesto, pero al mirarlo los israelíes veían a todas las generaciones de compatriotas que contra viento y marea han construido una nación allí donde no había más que hostilidad, allí donde era imposible.

Contemplar a Peres era ver la voluntad entera de un país que es capaz de defenderse con fiereza y eficacia en la guerra y también de buscar la paz. Él era un espejo, en suma, en el que los israelíes querían seguir mirándose para sentirse grandes.

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