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Luis Asúa

Cristina: ¿debatimos, no debatimos o nos debatimos?

Sí que hay temas de debate, querida Cristina. ¿Quieres mojarte conmigo? ¿O prefieres nadar y que te guarden la ropa en Génova 13, primera planta?

Joseph Joubert, el gran ensayista y moralista francés que, como muchos otros genios, nada publicó en vida (fue su amigo Chateaubriand quien editó, a título póstumo, sus notas y su correspondencia en un volumen titulado Pensamientos), nos dejó muchas sentencias y aforismos imperecederos acerca de la naturaleza humana. Y uno de ellos, en estos días de campaña electoral por la presidencia del Partido Popular de Madrid, me llama especialmente la atención, porque cuando se trata de confrontar programas políticos la urna debería ser el último paso, no el primero. He aquí la frase de Joubert:

Es mejor debatir una cuestión sin resolverla que resolver una cuestión sin debatirla.

Y eso es lo que, al parecer, quiere mi adversaria, Cristina Cifuentes; resolver la cuestión de la presidencia del Partido Popular de Madrid sin antes debatirla. Conste que me adhiero –siempre lo he hecho– al principio un hombre/mujer, un voto. Pero, siendo de crucial importancia ese principio, no es menos importante el principio de un hombre/mujer, una conciencia o una opinión. Porque es casi igual de antidemocrático debatir sin poder votar que votar sin poder debatir. La democracia digna de tal nombre consiste, primero, en debatir y, después, valorando los programas y las opiniones de acuerdo con nuestra conciencia, con nuestras convicciones o con nuestros intereses, votar.

Hoy –y esto hay que reconocérselo y agradecérselo a Cristina Cifuentes, aunque también es cierto que no ha sido la primera ni la única en proponerlo— podemos votar, aunque con trabas y restricciones innecesarias y contradictorias con el espíritu de plena participación que propugna mi adversaria. Cierto, podemos votar, los que nos hayamos enterado de que se vota. Sabemos a quiénes se vota… pero ¿sabemos qué se vota? Lo he avanzado antes, y lo digo ahora claramente: la democracia de verdad, la democracia madura, consiste más en votar programas que en votar personas; consiste más en debates que en plebiscitos, en personas que defienden ideas que en ideas –e incluso mitos– que se construyen en torno a personas concretas en situaciones aún más concretas.

Mi adversaria, Cristina Cifuentes, no cree necesario debatir conmigo, con su leal adversario, porque quizá crea que todo está ya claro (no dudo de que ella lo tenga todo claro, pero no todos gozamos de su clarividencia), porque le da pereza debatir o, quizá aún peor, porque no quiere que los afiliados y votantes del Partido Popular conozcamos cuál es su verdadera opinión, cuáles son sus ideas y su programa político respecto de cuestiones que importan, y mucho, a nuestros afiliados y a nuestros votantes.

Yo creo firmemente que hay que seguir bajando los impuestos en la Comunidad de Madrid, porque el dinero en manos de sus legítimos propietarios es mucho más productivo y eficaz que en manos de la Administración cuando se trata de promover la creación de empleo y de riqueza. Y los afiliados del PP de Madrid no acabamos de tener claro si Cristina Cifuentes piensa lo mismo.

Yo creo firmemente que los poderes públicos están para garantizar el máximo de libertad individual, de pensamiento, de conciencia, de palabra y de actuación a todos los ciudadanos, sea cual sea su condición, origen, sexo u orientación sexual; y no para imponerles normas de pensamiento, moral o conducta. Y ni yo ni muchos afiliados del PP de Madrid tenemos claro si Cristina Cifuentes piensa lo mismo, pues ahí está, por ejemplo, la LGTBI.

Yo creo firmemente que el humanismo cristiano, junto con el derecho romano y el pensamiento griego, son los tres pilares sobre los que se asienta la civilización occidental, autora del concepto de dignidad humana –por ser el hombre y la mujer creados a imagen y semejanza de Dios– y, por extensión, del de derechos humanos. Pero ni los militantes del PP de Madrid ni yo tenemos tan claro que Cristina Cifuentes piense lo mismo, pues ha llegado a proponer que desaparezca el humanismo cristiano del ideario del Partido Popular.

Yo creo firmemente que la monarquía es la forma de Estado que mejor se adapta a la tradición y la cultura política de los españoles, especialmente si consideramos los dos trágicos fracasos, especialmente el segundo, de las dos repúblicas que ha vivido España. Sin embargo, ni los afiliados del PP de Madrid ni yo tenemos muy claro si Cristina Cifuentes es republicana sentimental o republicana por convicción

Y yo creo firmemente en que las ideas y las políticas que emanan de la tradición liberal-conservadora, es decir, del centro-derecha, son mucho más compatibles con la libertad individual, el progreso y el bienestar de todos, especialmente de los más desfavorecidos, que las de la tradición izquierdista, tan apegadas a la coacción, a la prohibición y a la subvención. Y ni los afiliados del PP de Madrid ni yo tenemos nada claro que Cristina Cifuentes prefiera la libertad económica a la coacción administrativa y fiscal, la libertad de conciencia frente a la imposición ideológica o la libertad de expresión –por incómoda y zafia que a veces pueda parecer– frente a la censura de lo políticamente correcto.

Sí que hay temas de debate, querida Cristina. ¿Quieres mojarte conmigo? ¿O prefieres nadar y que te guarden la ropa en Génova 13, primera planta? ¿Debatimos, Cristina? ¿No debatimos ? ¿O nos debatimos por ocultar la creciente desafección de nuestros afiliados ante la falta de ideas y de debates sobre las cuestiones que realmente nos importan?

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