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José García Domínguez

Le Pen aún no ha perdido

La segunda vuelta de las elecciones francesas no va a ser un paseo militar. Esta vez no.

La segunda vuelta de las elecciones francesas no va a ser un paseo militar. Esta vez no.
EFE

La segunda vuelta de las elecciones francesas no va a ser un paseo militar. Esta vez no. El célebre frente republicano, la unión sagrada de todo el arco político de la democracia alineado tras Chirac cuando el otro Le Pen logró colarse contra pronóstico en el ballottage, no volverá a recomponer sus filas el próximo domingo en las urnas. De hecho, a estas precisas horas ya está desaparecido en combate. Bien al contrario, tanto el estruendoso silencio de Mélenchon, que no ha concedido plegarse ante el antiguo valido de Hollande, como la anunciada alianza de Marine con los gaullistas disidentes de Dupont-Aignan, si algo certifican es la definitiva desdemonización del Frente Nacional. Mujer infinitamente más inteligente que su padre, ha logrado ya dos grandes victorias antes de que se inicie el recuento definitivo de las papeletas. La primera ha sido romper, tras décadas de aislamiento morando en las lindes marginales del sistema, el cinturón sanitario tendido por el resto de los partidos de Francia en torno a aquella atrabiliaria milicia criptofascista y bullanguera del viejo Jean-Marie, la misma que ella ha sabido reconvertir en el primera fuerza, y con diferencia, de la clase obrera del país. Al punto de que el mejor resultado jamás logrado por el Partido Comunista Francés entre los trabajadores manuales, un 33% en las elecciones presidenciales de 1968, acaba de ser superado por el Frente al obtener un 37% de los sufragios obreros en la primera vuelta.

Su segundo triunfo, no menos importante que el primero, ha consistido en ganar la batalla cultural frente al uniforme discurso globalista de las élites políticas, económicas y mediáticas de París y Bruselas. Un principio tan heterodoxo y contracorriente como el del soberanismo, la idea de que el Estado-nación, lejos de constituir un cadáver en proceso de descomposición, puede volver a ser la instancia capaz de subordinar el funcionamiento efectivo de la economía a los designios de la voluntad general representada en el Parlamento, es compartido ahora mismo por nada menos que la mitad de los ciudadanos de Francia. Súmense si no los resultados de Marine (21,30%), Mélenchon (19,58%) y Dupont-Aignan (4,70%) y se constatará que uno de cada dos apostó por candidatos con una visión en extremo crítica con la Unión Europea y abiertamente contraria a la globalización. Ese cambio cultural de calado encierra una bomba en potencia. Y los estrategas de la campaña de Marine lo saben. Porque la sorpresa se antoja difícil, sí, pero no imposible.

Recuérdese para el caso lo ocurrido en el referéndum de 2005, aquel que tendría que haber ratificado la hoy olvidada Constitución Europea: todos los sondeos auguraban la victoria cómoda del sí, y en apenas un par de semanas los partidarios del no, que reunía a la actual Francia Insumisa con el Frente Nacional, acabaron imponiéndose. De ahí que, ante al anodino y rutinario discurso tecnocrático de Macron, el Frente Nacional esté tratando por todos los medios de forzar un marco de referencia en la campaña que gire de modo exclusivo en torno al proceso globalizador. El episodio del otro día en la fábrica donde fue silbado Macron resultó paradigmático en el contexto de esa estrategia. Si, de aquí al domingo, Marine consigue instalar esa dicotomía, globalización o desglobalización, en la percepción primera de los electores, tendrá una oportunidad. Porque se equivocan, y mucho, los que todavía fantasean con paseos militares. Aún no ha perdido.

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