Noelia de Mingo, médica interna residente en el gran hospital Fundación Jiménez Díaz, dio muerte a tres personas e hirió a cinco más en una explosión de ira o impulso psicótico con un cuchillo que había comprado en un todo a cien. A la primera que hundió el cuchillo, de quince centímetros de longitud, fue a Leilah el Ouamari, una doctora de ascendencia francesa compañera suya en el servicio de Reumatología, a la que mató de una puñalada certera. Después hirió de muerte a una paciente y a su marido, que murió más tarde.
En España, como tengo explicado, no se busca el conocimiento del crimen ni se procura la prevención, por lo que lo único que se obtiene –y no siempre– es la responsabilidad penal.
De Noelia se dice que sufría un brote psicótico de esquizofrenia paranoide, de lo que nunca quedó claro si estaba diagnosticada o tratada. Incluso en el resultado final esto aparece como un detalle sin importancia. Ahora, catorce años después de los crímenes, una vez que Noelia fue exonerada por estimarse la eximente completa de enfermedad mental y condenada a estar un máximo de 25 años en un centro psiquiátrico –ha pasado once en el de Fontcalent, Alicante–, la cosa de los inicios no queda clara y no parece interesar a nadie.
Desde el punto de vista criminológico, nunca se explicó si esta señora podría haber fingido alguno de los síntomas que se le otorgan, dado que se dio por bueno un diagnóstico, tras tres años de MIR, sin que nadie le diagnosticara la enfermedad en uno de los mejores hospitales del mundo. Noelia es de una familia pudiente, con medios de sobra para garantizarle una atención de la que sin embargo carecía en el momento en el que se desencadenó la tragedia.
He estado en el interior de Fontcalent, que es un buen psiquiátrico penitenciario, donde estuvo internado el Matamendigos, quien por cierto lloraba por que le atendiera un psiquiatra, él sabrá por qué, dado que murió tras un brote psicótico. Allí no pasa nada que haga pensar que los presos puedan reinsertarse en la sociedad pese al mandato de la Constitución, ni en esa, ni en ninguna otra cárcel que yo he visitado. Eso me hace escéptico ante la posibilidad de que Noelia de Mingo estuviera curada de una enfermedad que no tiene cura, pero que la libró de una condena de 25 años de cárcel por tres homicidios.
Noelia se compró el cuchillo en el todo a cien y lo envainó en el bolsillo derecho de su bata practicando un agujero en el fondo del mismo para dejarlo colgando del mango. Estuvo así toda la mañana, desde que entró a trabajar, y a las dos y veinticinco lo sacó de su escondite y mató a Leilah y a los demás, hiriendo a los que se encontraba a su paso. Leilah era una doctora guapa, popular y apreciada, lo contrario de la doctora De Mingo, que era retraída y de difícil trato.
Es posible que tuviera animadversión hacia ella, lo que quizá rompería un poco el relato lineal de la enfermedad mental. También el hecho de que siendo médico sabía cómo pueden simularse síntomas de una enfermedad mental. Noelia no estaba en tratamiento, trabajaba con doctores que no la diagnosticaron y atendía a los pacientes, ¿por qué hay que creer que estaba loca? Bien, porque la justicia lo determinó en su sentencia. No fue responsable, pero cometió un homicidio múltiple y se dictaminó un internamiento en el psiquiátrico. ¿Está curada? Perdonen que lo dude. La justicia confía en su madre como guardiana que era quien vivía con ella y tenía la tutela antes de los crímenes y no influyó nunca, ¿por qué lo va a hacer ahora, mucho mayor y poco preparada para enfrentar la grave enfermedad mental? ¿Y cómo es eso de que la enfermedad incurable ha remitido totalmente? Existe una posibilidad inquietante de que se decrete la libertad de Noelia de Mingo en contra del deseo de las víctimas, familiares de los muertos y heridos, algunos de ellos compañeros que han quedado con graves secuelas.
Una homicida que estaba tan enajenada que cuando el celador la enchufó en un pasillo con la percha del gotero y le dijo "Suelta el cuchillo o te parto la cabeza", se volvió cuerda de repente.