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Emilio Campmany

La trivialización del proceso

Ignorar la realidad es muy peligroso porque suele ser el preámbulo de los peores desastres.

Ignorar la realidad es muy peligroso porque suele ser el preámbulo de los peores desastres.
Marta Rovira | @mrovira

Una de las consecuencias que ha tenido la relativamente pacífica aplicación del 155 es que el proceso independentista es contemplado como una peripecia más o menos trivial. Lo más sorprendente es que esta banalización es aceptada tanto por los separatistas como por los constitucionalistas. El caso de estos últimos es más grave porque se supone que son quienes defienden la legalidad. Pues bien, en vez de formar un frente común que ofrezca una posibilidad razonable de hacerse con el Gobierno de Cataluña y desmantelar desde ahí el aparato de propaganda independentista, que es la vitamina de la que se alimenta el separatismo, compiten unos contra otros por el mismo electorado como si éstas fueran unas elecciones normales.

El PP se atribuye el mérito de haber sido más valiente que PSOE y Ciudadanos a la hora de aplicar la ley, como si Rajoy no hubiera puesto como condición para actuar hacerlo de consuno con los otros dos partidos constitucionalistas. Ciudadanos lo ha fiado todo a que se convocaran inmediatas elecciones autonómicas porque tiene una limitada probabilidad de ser el partido más votado, como también la casi absoluta certeza de que no gobernará. Y el PSC trata de distanciarse de ambos presentándose como el buen pastor que volverá a introducir en el redil a los díscolos independentistas. Iceta sueña con prestar este impagable servicio a España desde la presidencia de la Generalidad que espera le ofrezcan en bandeja las descarriadas ovejas una vez hayan vuelto al corral.

Por su parte, los separatistas tampoco se toman muy en serio lo que perpetraron hace un par de meses. Esquerra cree que ha habido errores tácticos y que todo puede solucionarse con un mero cambio de estrategia, consistente básicamente en buscar una alianza con la izquierda española para lograr un referéndum legal de independencia en Cataluña. Puigdemont cree en cambio que el proceso, aunque esté muerto, puede refundarse sobre su cadáver. Una contradicción insalvable que sin embargo atrae al electorado independentista en cuanto apela a los sentimientos y abomina de la razón, que es algo corriente en los movimientos nacionalistas.

En todos ellos hay una especie de voluntad de reemprender el camino, de volver al trabajo, de olvidar lo ocurrido. En el caso de los constitucionalistas, fingiendo, unos más que otros, que aquí no ha pasado casi nada. Y en el caso de los independentistas, dando por hecho que el proceso puede retomarse desde el punto en que descarriló, discrepando entre ellos sólo en cuanto a si lo hizo antes o después. La realidad es que todos ellos no hacen más que reflejar la actitud de la mayoría de los catalanes, independentistas o no. Casi nadie allí quiere aceptar que lo sucedido ha sido muy grave, que nada volverá a ser igual y que las consecuencias, vaya hacia donde vaya Cataluña, serán en todo caso enormes, no sólo en el ámbito judicial. Ignorar la realidad es muy peligroso porque suele ser el preámbulo de los peores desastres.

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