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Eduardo Goligorsky

Mirándose el ombligo

Nos conocemos todos muy bien y quienes fomentan la ruptura opacan este conocimiento para planificar su estrategia balcanizadora.

Nos conocemos todos muy bien y quienes fomentan la ruptura opacan este conocimiento para planificar su estrategia balcanizadora.
EFE

Tuve la tentación de tildar de "solipsista" el artículo "No nos conocíamos" de Salvador Cardús (LV, 11/1/2018), pero me di cuenta de que era un exceso de pedantería. Es más sencillo y elocuente decir que lo escribió mirándose el ombligo. Solo así se explica que haya acumulado tantas falacias anacrónicas para urdir un discurso que huele a rancio y está visiblemente desconectado de la actual realidad catalana y española. Todo el artículo gira en torno de un aserto inicial que el autor eleva a la categoría de dogma multiuso:

No nos conocíamos. No nos conocemos. Y este desconocimiento es la mejor prueba del fracaso rotundo del proyecto de nación española. (…) Y el no conocernos pone en evidencia otro hecho: que políticamente no somos lo mismo. O para ser más precisos y no ser sospechosos de supremacismo étnico que, siendo de los mismos, el modelo de relación política entre el Estado español y los catalanes de cualquier origen nos ha impuesto una profunda desigualdad de reconocimiento y dignidad.

Expoliados y catequizados

Puesto de espaldas a la Cataluña de hoy, Cardús extrae de su ombligo el recuerdo de un encuentro entre intelectuales españoles y catalanes que se celebró entre 1997 y 1998 en El Paular (Madrid) y en el parador de Aiguablava (Burgos) "para entendernos mejor, como se decía entonces". La cordialidad era "impostada" porque, según hizo notar el mismo Cardús al final del primer día, "el bienintencionado diálogo, más allá de las formas amables, se producía en unas condiciones de enorme desigualdad objetiva". En el banquillo español "todos eran nombres de peso", en el catalán "unos pardillos" (sic). Pero, sobre todo, "todavía éramos menos iguales con relación al control de grandes instituciones, con enormes presupuestos… y en nuestras declaraciones de renta".

Con la vista puesta en la realidad y no en el ombligo, recordamos que entre 1997 y 1998 los cofrades de Cardús ya habían montado en Cataluña, bajo el paraguas de la Generalitat, un gigantesco entramado de enriquecimiento ilícito y un colosal aparato de propaganda y adoctrinamiento anticonstitucional y antiespañol que no perdonaba a ningún habitante del territorio. Todos expoliados y catequizados, directa o indirectamente, lo quisieran o no.

Solo quien no aparta los ojos del propio ombligo e ignora lo que en realidad sucede, o quien lo sabe muy bien y siembra mentiras con premeditación y alevosía para engañar a la masa incauta y ponerla al servicio de sus proyectos disolventes, puede afirmar, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que España y Cataluña no se conocen. Nos conocemos todos muy bien y quienes fomentan la ruptura opacan este conocimiento para planificar su estrategia balcanizadora.

El motor de la cruzada

La jeremiada de Cardús pretende eludir expresamente la acusación de "supremacismo étnico" cuando este es, ni más ni menos, el motor de la cruzada secesionista. Nos lo recuerda Lluís Amiguet ("Votando por apellidos", LV, 6/12/2017):

En la [lista] de Puigdemont, 9 de cada 10 candidatos tienen dos apellidos catalanes; en ERC son 8 de cada 10; y en la CUP también 8 sobre 10. En los comunes es menor el sesgo, pero los primeros cinco son apellidos catalanes, que también dominan, aun sin ser hegemónicos, en el PSC.

En Ciudadanos y el PP están proscriptas las discriminaciones, no los nouvinguts.

Cardús se afana en negar la versión de que existe una "espiral silenciosa" que tiene "atemorizada a la mayoría unionista". Se apropia torticeramente de la palabra pueblo-como acostumbran a hacerlo estos lenguaraces- para atribuirle la intención, al susodicho pueblo, de "llegar hasta el final" del proceso iniciado el 1-O. Y remata el trampantojo con la mentira mayúscula: "Contra todo pronóstico el 21-D volvió a ganar el independentismo en las condiciones electorales más bestias imaginables".

Embuste sobre embuste para justificar la patraña de que no hay conocimiento ni entendimiento posible entre Cataluña y España. Con el supremacismo étnico como telón de fondo, aunque intenten negarlo. Pero la mentira tiene patas cortas y el resultado del 21-D demuele el argumentario de los secesionistas:

– Partidos no secesionistas: 2.150.000 votos

– Partidos secesionistas: 2.057.646 votos

Con el añadido de que el imparable Ciudadanos tuvo mayoría de votos y de escaños.

Divide y vencerás

Más claro, imposible. Y lo que se deduce de este resultado es que mientras dura la farsa secesionista, los estrategas de la sedición anhelan el desconocimiento entre la mitad ligeramente mayoritaria de la sociedad catalana y la otra mitad ligeramente minoritaria, aplicando la máxima "Divide y vencerás".

La mitad mayoritaria, que algunos llaman Tabarnia, sí que se entiende con España y la conoce. La conoce porque forma parte de ella. En cuanto a la minoritaria, sus caciques se desentienden de España pero se conocen muy bien los unos a los otros. Vaya si conocen sus ambiciones y sus artimañas, y por eso están a la greña. Isabel García Pagan no se mira el ombligo, como Cardús, y describe así el cambalache que ven sus ojos en "La estrategia de confrontación de Puigdemont tensa la relación con ERC", LV, 21/1/2018):

En los últimos días, Puigdemont ha lanzado ataques contra las instituciones europeas, los letrados del Parlament y hasta mensajes que pervierten la relación con los que deben ser sus socios de Govern. Las declaraciones del viernes en las que sostenía que podía gobernar Catalunya desde Bruselas pero no desde la cárcel fueron consideradas en ERC una desconsideración hacia Junqueras, que lleva 80 días en el centro penitenciario de Estremera.

Simulacros de conciliación

Basta estudiar los mapas de Cataluña que reproducen con distintos colores las comarcas donde predominan los ciudadanos fieles a la Constitución y aquellas otras donde se ha impuesto la propaganda sediciosa para tener una imagen nítida de la magnitud de la fractura. La costa y los núcleos urbanos y emprendedores por un lado y las zonas rurales y conservadoras por otro. Estas son las mitades que se conocen porque son hermanas pero no se entienden, por ahora, y la atrocidad imperdonable del secesionismo, que lo hace acreedor a duras sentencias judiciales y morales, consiste precisamente en haber provocado este desgarramiento en el tejido social.

Es evidente que los supremacistas desprecian a esa mayoría que juzgan incompatible con sus prejuicios étnicos y políticos, hasta el extremo de actuar como si no existiera, pero cuando la realidad apremia los más astutos montan simulacros de conciliación. Ellos, que siempre han negado que sus abusos hubieran fracturado la sociedad catalana, hablan, por boca del nuevo presidente del Parlament, de "recoserla". Tarde piaste, Roger Torrent. Se te ve el plumero de disciplinado comparsa en el esperpento de Terminator Puigdemont. O de quien este autorice a salir, como último recurso, del huevo de la serpiente secesionista.

Nación milenaria inventada

Me entero de que el artículo que comento aquí es el último que Salvador Cardús publica en La Vanguardia, de donde lo han despedido. Lo lamento, porque estos mensajeros del odio son quienes más argumentos nos brindan para desnudar la naturaleza irracional y fóbica de su ideología.

Espero que no toquen a Pilar Rahola, desacomplejada panfletista que nos recuerda todos los días, con encono supremacista, lo inferiores que somos, a su juicio, quienes no tenemos la suerte de poseer, como ella y sus clones, una genealogía pura impregnada por las emanaciones míticas de una nación milenaria inventada ad hoc. Gracias a estos oscurantistas esotéricos podemos viajar en el tiempo para conocer, no España y Cataluña, sino la era de las tinieblas con sus déspotas, inquisidores, amos y siervos, que ellos añoran y quieren resucitar. La ciudadanía, el Gobierno y el Poder Judicial de España y la Unión Europea pueden y deben impedir profilácticamente esta involución. El primer paso, aunque incompleto, lo dimos cuando llegó el 155 y mandó parar.

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