Después de embarcar a Cataluña rumbo a una fantasmagórica Ítaca, los grumetes nacionalistas, ascendidos torticeramente al grado de almirantes secesionistas, la han dejado embarrancada en los arrecifes. Con el agravante de que las víctimas del descalabro son no solo los miembros de la minoría que optó por seguir voluntariamente a los timadores rupturistas, también todos aquellos que se resisten porque prefieren conservar y consolidar los lazos que los unen a los familiares, amigos, socios, mercados y simples compatriotas del resto de España, bajo el amparo de la ley. Los cataclismos de esta magnitud no perdonan a nadie.
La caverna identitaria
Lo razonable sería que los formadores de opinión que se proclamaron máximos defensores de la patria catalana se retracten de sus arcaicos discursos beligerantes y confiesen a su desconcertado rebaño que solo el Reino de España, del cual al fin y al cabo son afortunados ciudadanos, puede rescatarlos de la crisis moral y económica que desencadenaron unos líderes inescrupulosos. Pero no. Los lenguaraces del régimen depredador siguen sumidos en un silencio culpable, indiferentes a la sociedad que se derrumba en torno de ellos. Y mientras se consuma ese derrumbe, ellos, cegados por su sectarismo, arremeten contra otro silencio, el de los intelectuales y artistas de izquierda que no se suman, contra su costumbre, al coro de los enemigos del sistema establecido. Escribe el predicador Francesc-Marc Álvaro ("Un silencio generoso", LV, 25/1/2018):
El silencio sobre Catalunya de los famosos que tenían una causa para cada temporada es un regalo y por eso lo considero un silencio generoso: nos sirve en bandeja la fotografía exacta de una sociedad perfectamente conforme con las recetas del Dr.Rajoy.
Es verdad que muchos de los famosos a los que alude Álvaro en su memorial de agravios han hecho correr ríos de tinta firmando manifiestos a favor del subcomandante Marcos y de otros guerrilleros y dictadores variopintos, y han encabezado las manifestaciones derrotistas del "No a la OTAN" y el "No a la guerra", pero el espacio del secesionismo catalán, que probablemente los tentó por su excentricidad, lo encontraron ocupado por los ultraderechistas flamencos, italianos, ingleses, finlandeses y, ahora, dinamarqueses. Aunque sus compañeros de viaje, los emboscados traidores al mundo democrático Edward Snowden y Julian Assange, todavía pueden tender puentes entre la caverna identitaria y la progresía. La caverna identitaria ya tiene a Bildu y la CUP en el flanco izquierdo y a Vladímir Putin y Nicolás Maduro en la retaguardia.
Haciendo el ridículo
El problema de los intelectuales y políticos que, para ostentar su pragmatismo, se mostraron comprensivos con algunas reivindicaciones del secesionismo, aun sin compartir las más radicales, es que terminaron haciendo el ridículo por mezclarse con esa gentuza. Fue el caso del reputado crítico literario Ernesto Ayala-Dip, que sucumbió a la indignación cuando corrieron rumores sobre actos de violencia policial el 1-O y, además de ir a votar en el referéndum ilegal que le inspiraba dudas, escribió ("Juro que no estoy abducido", El País, 2/10/2017):
Y por fin, el domingo negro de la democracia española de las últimas décadas, golpes, sangre, tortura (romperle a una chica los cinco dedos de la mano con absoluta premeditación y conciencia del extremo daño que se le infligía, a esto yo lo llamo tortura).
Ayala-Dip no estaba abducido pero sí estaba comulgando con ruedas de molino. Marta Torrecilla Domènech, concejal absentista de ERC en el poblado de Gallifa, apareció en TV3 el 2 de octubre mostrando un dedo vendado en su mano izquierda. Tenía capsulitis, o sea inflamación de la cápsula digital, y confesó que se había equivocado al creer que le habían roto los cinco dedos (El Mundo, 8/10/2017). Menuda equivocación. Adiós a la truculenta fake news que el crítico literario estaba predispuesto a creer y a divulgar convertida en una difamadora leyenda urbana..
Monumento a la incoherencia
Entusiasmado por la posibilidad de rebatir la hipótesis de la abducción –que nadie toma en serio porque se sabe que solo existe en el imaginario de la ciencia ficción–, Ayala-Dip desgranó los nombres de algunos intelectuales que, por su prestigio, parecían estar por encima de toda sospecha de secuestro hipnótico y que, igualmente, se mostraban afines al secesionismo o comprometidos con él. Argumento exculpatorio que olvida que la sabiduría no garantiza ecuanimidad, y que muchos pensadores ilustres se pusieron al servicio de los déspotas más crueles, desde Calígula hasta Mao, pasando por Hitler.
No me extrañó encontrar en la lista a Josep Ramoneda y a Antoni Puigverd, pero sí a Eduard Punset, a quien siempre admiré por su trayectoria de político liberal y de divulgador didáctico del conocimiento científico. Hasta que leí su artículo "¿Por qué me tengo que callar?" (LV, 9/11/2017). Un monumento a la incoherencia donde coexisten la apología de la democracia y el halago a los golpistas que la aborrecen. Es imposible no suscribir su profesión de fe, formulada tras su exilio y sus viajes:
El segundo hecho importante (…) fue descubrir el enorme salto democrático que suponía la separación absoluta de poderes, tan sólidamente implantada en mis países de acogida: Francia, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra… para entender en toda su magnitud las democracias modernas. Montesquieu (Del espíritu de las leyes, 1748) el inventor de la separación entre los poderes Judicial, Ejecutivo y Legislativo es sublime, simplemente ¡fantástico!
Para solidarizarse a continuación con los conjurados que pasaron el rodillo de la Ley de Transitoriedad sobre la separación de poderes y sepultaron a Montesquieu bajo los detritos de su estulticia endogámica, visible en la siguiente colección de nombres:
Y así están las cosas: aún vivimos en un país donde alguien puede ir a parar a la cárcel por sus ideas políticas (…) beberé, en silencio, por la libertad, por los amigos Oriol, Jordis, Josep, Joaquim, Jordi, Raúl, Dolors, Meritxell y Carles que, de nuevo, están otra vez en la cárcel y que ¡quiero que saquen ya!
Palabras muy duras
Afortunadamente, estos trastornos del raciocinio no son incurables. Las barrabasadas de los totalitarios pueden inmunizar contra el virus cainita a los mediadores de buena fe. Es lo que le sucedió a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, quien, harto de los desafueros de estos embaucadores, sentenció (LV, 11/1/2018):
La reforma de la Constitución debe ser abordada por vías legales y no debe servir para premiar a quienes han tratado de usar la vía unilateral. No se puede premiar la delincuencia. No hablamos de opiniones distintas, hablamos de delincuentes y de no delincuentes. No se puede premiar la delincuencia criminal porque la otra parte haya cometido errores.
"Delincuentes", "delincuencia criminal". Palabras muy duras pronunciadas por uno de los padres de la Constitución que más concesiones había ofrecido a los nacionalistas para fomentar la concordia.
Volvamos al silencio culpable de los turiferarios del régimen. Los paniaguados viven en el mejor de los mundos y no hablan del derrumbe que los circunda. Pilar Rahola pregunta "¿Quién teme a Puigdemont?" (LV, 25/1/2018) y nos pinta un Gobierno acojonado por el liderazgo del president. No, no es el Gobierno el que está acojonado, sino la sociedad catalana fracturada por la prepotencia –no el liderazgo– de quien se lleva por delante el Estado de Derecho y ya no es presidente sino prófugo. Un Terminator egocéntrico escoltado por un equipo de incondicionales que explotan rencores guerracivilistas para apropiarse de las instituciones en beneficio propio. Ni siquiera sus socios forzados en la operación subversiva confían en él, y buscan solapadamente coartadas razonables para dejarlo arrumbado en Bruselas, ya sea en la suite de un hotel de cuatro estrellas o en una residencia psiquiátrica acorde con su delirio de grandeza.
El antídoto 155
¿Quién teme a Puigdemont y a sus cortesanos? La prensa lo informa todos los días. Todos lo sabemos, aunque quienes se encierran en el silencio culpable se obstinan en ocultarlo. Les temen los directivos de los bancos y de las más de 3.200 empresas que se mudan a otras regiones de España; los inversores que se van o se retraen; los comerciantes que asisten a la caída de las ventas; los hoteleros y restauradores que pierden turistas y comensales; los trabajadores que ven peligrar sus puestos; los parados que no participan en la recuperación del resto de España; los profesionales que no salen de la crisis; la gente de la cultura postergada por los ágrafos gobernantes; los padres escrachados por reclamar que se cumplan las leyes sobre enseñanza del castellano.
Son muchos los que temen a Puigdemont y a sus cortesanos. Esta lista es incompleta. Pero no existe para el agitprop, que sigue encerrado en el silencio culpable, en la omertá. Francesc-Marc Álvaro atribuye todos los males a "la receta del Dr. Rajoy", pero oculta tras su pantalla de silencio culpable que las pócimas del aprendiz de brujo Puigdemont están envenenando Cataluña y a los catalanes. Será aconsejable inyectar dosis masivas del antídoto 155 hasta que se complete el tratamiento de desintoxicación.
PD: ¿Quién teme a Puigdemont? Muchos le temen con sobrada razón. El 21-D apenas tuvo la aprobación del 21,65% de los votantes (contra el 25,37 % de Inés Arrimadas) y de solo el 17% de los inscriptos en el censo electoral. ¡Manda huevos!