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Cristina Losada

El rap separatista contra el Rey

Don Felipe tomó partido, por supuesto. Porque el partido del Rey es España.

Don Felipe tomó partido, por supuesto. Porque el partido del Rey es España.
Casa Real

Aún no se me han secado las lágrimas que he vertido leyendo la carta al Rey del trío formado por Mas, Puigdemont y Torra. El tridente de demagogos ha reunido el lloriqueo y la mentira, el victimismo y el descaro, la untuosidad y la amenaza. Es la doblez del lenguaje separatista condensada en un par de folios. Un marciano recién llegado no sabría, al leerla, que los firmantes se dirigen al jefe de un Estado que quisieron –y quieren– destruir. Ocultan su asalto a la democracia con apelaciones constantes a la democracia y esconden su desprecio por los derechos de los ciudadanos españoles –y de la mitad de los ciudadanos catalanes– bajo la tapadera habitual de la voluntad democrática del "pueblo de Cataluña".

Sin querer, se retratan. Lo hacen todo el tiempo, en especial cuando hablan de la persecución "a los que pensaban diferente utilizando recursos de las instituciones"y "las campañas de difamación, mentiras y miedo". Son persecuciones y campañas que el nacionalismo catalán ha lanzado durante décadas contra los no nacionalistas en Cataluña, contra la democracia y las instituciones españolas y, en general, contra España y los españoles. No hay persecución, difamación ni mentira que se hayan ahorrado. De eso saben todo lo que hay que saber. Aunque no es todo lo que saben. El trío de ases también sabe un huevo de cómo tiene que ser una monarquía constitucional "bien entrado el siglo XXI y en una Unión Europea donde hay modelos ejemplares". Así que se pone a dar lecciones. Un momento. ¿Pero no habían proclamado una república?

Los maestros Ciruela le dicen al Rey que se tenía que haber quedado al margen, calladito y sumiso, mientras ellos procedían tranquilamente a la secesión de una parte del Estado. Porque aquello era una "pugna política entre ciudadanos del Estado español" en la que no debería haber entrado quien tiene que "situarse por encima de unos intereses particulares". Claro que fue exactamente eso lo que hizo el Rey con su discurso del 3 de octubre: situarse por encima de los intereses particulares de quienes se habían colocado fuera de la ley. El Rey tomó partido para defender a los ciudadanos españoles y sus derechos, violentados por los independentistas. Tomó partido, porque el partido del Rey es España.

La carta chorrea victimismo a cuenta de la actuación policial del 1 de octubre y de las consecuencias penales que los pobres golpistas han tenido que afrontar. Vaya por Dios, dar golpes de Estado no sale gratis. Qué penita. Pero al pintar el cuadro de las terribles represalias contra los pacíficos políticos y ciudadanos golpistas sólo dan un nombre, sólo uno: el del rapero mallorquín que se hace llamar Valtònyc. ¿Qué tendrá el rapero Valtònyc para merecer una mención destacada? ¿Será que comparte abogado con los consejeros golpistas que se dieron a la fuga? ¿O será que está condenado por calumnias e injurias graves a la Corona, además de por enaltecimiento del terrorismo?

Si el tridente separatista cita y defiende al rapero Valtònyc en la carta en la que piden al Rey que se erija en promotor de lo que llaman, falazmente, "diálogo", será por algo. Y seguro que lo es. La duda que tengo es cuál de los mensajes del rapero que le están reenviando a Felipe VI expresa mejor las claves dialogantes. Si el que dice: "El rey tiene una cita en la plaza del pueblo, una soga al cuello, que le caiga el peso de la ley". Si el que habla de "fusilar al Borbón". Si los "Gora ETA" y los vivas al Grapo. Si aquellos en los que pide ponerles bombas a dirigentes del PP o esos otros en los que promete arrancarle la arteria a Jorge Campos, presidente del Círculo Balear.

Meter al tal Valtònyc en la carta es una manera indirecta de insultar al Rey y a los españoles, y de paso a las víctimas del terrorismo. Esa grosería encubierta es un aguijón venenoso. La grosería mayor no está en su disimulado desprecio al Rey, sino en su abierto desprecio a la Ley. Y en la mentira podrida.

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