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Santiago Navajas

Boris Johnson y los burkas

La calidad de la democracia mediática se parece más a la de un plató de Tele 5 o La Sexta, en la que las ocurrencias sustituyen a las ideas

En el colmo de la idiotez de la democracia mediática y sentimental, el ex alcalde de Londres y ex ministro de Asuntos Exteriores Boris Johnson defiende el derecho de las mujeres a vestir en público como quieran, por ejemplo con burkas y niqabs, y las que le ponen a parir (esta expresión tenía sentido antes de la epidural) son fundamentalmente las mujeres, con o sin burka.

En un artículo en The Telegraph, Johnson critica la reciente prohibición en Dinamarca de vestir con el rostro tapado en las vías públicas: pasamontañas, cascos de motos integrales… o burkas. Basándose en la tradicional apertura danesa, que les lleva a tener el único barrio anarquista del mundo, y a argumentos liberales asociados a John Stuart Mill como que "sobre sí mismo, sobre su cuerpo y sobre su mente, el individuo es soberano", Johnson muestra cómo se puede ser liberal al tiempo que conservador: no le gustan los burkas pero respeta la decisión de llevarlos. Lo que no quita que critique la ideología machista y misógina que subyace a los mismos. Una crítica que cabe realizarla mediante analogías satíricas. Occidente debe ser el humorístico teatro de Voltaire no una sangrienta yihad islamista ni una cobarde performance multicultural.

Johnson sostiene que una cosa son los recintos cerrados e institucionales donde la comunicación cara a cara es fundamental, de los hospitales a las escuelas y universidades pasando por organismos públicos como ministerios y privados como empresas (donde cabe establecer códigos de vestimenta que prohíban velos, cascos, capuchas y otras prendas que tapen el rostro e impidan la comunicación verbal) y otra muy diferente lo que uno puede vestir en la calle, donde no cabe prohibir ni velos ni, por ejemplo, tatuajes.

Pero al tiempo que Johnson critica la prohibicionista ley danesa también critica el símbolo asociado a las vestimentas del islam ultraortodoxo, una de las versiones religiosas más machistas, misóginas y opresivas del mundo. De este modo, ridiculizó los burkas y niqabs porque quienes los portan tienen pinta de "buzones" o "ladrones". Una comparación satírica en la senda de la que escribió Christopher Hitchens sobre los burkas, a los que calificaba de una especie de cortinas, ya que el gran, y recientemente fallecido, intelectual británico insistía en que la prohibición del burka no impedía el derecho de las mujeres a vestir como quisieran sino que actuaba sobre la arrogancia de los hombres musulmanes ultraortodoxos que imponían a las mujeres dicha forma de vestir.

El artículo de Johnson es un buen preámbulo a un debate en profundidad no solo sobre el burka sino sobre los derechos de las mujeres dentro de la cultura musulmana en Occidente, desgarrada entre los ultraortodoxos que pretenden monopolizar el sentido de lo que significa ser musulmán y los liberales que tratan de reformarlo para que al fin llegue la Ilustración a dicha religión, de manera que, por ejemplo, hombres y mujeres no solo puedan entrar por la misma puerta a las mezquitas sino que pueden rezar todos juntos. Sin embargo, la calidad de la democracia mediática se parece más a la de un plató de Tele 5 o La Sexta, en la que las ocurrencias sustituyen a las ideas, los bulos a las verdades y se subastan los aplausos al mejor postor.

Durante mi última visita a Londres, a 35 grados a la sombra, era normal ver a hombres con manga corta y bermudas acompañados de mujeres a las que no se les veía ni un centímetro de piel sepultadas sobre tupidos ropajes. Coincido con Johnson tanto en la defensa de las mujeres a vestir burkas (en público) como en la crítica a dicha vestimenta obscena. Lo liberal no quita, todo lo contrario, lo satírico.

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