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Carmelo Jordá

Cataluña antipática

Los catalanes eran el ejemplo viviente de las virtudes cívicas que queríamos: la industriosidad, la laboriosidad, la iniciativa, la creatividad...

Los catalanes eran el ejemplo viviente de las virtudes cívicas que queríamos: la industriosidad, la laboriosidad, la iniciativa, la creatividad...
Lazos amarillos en Mallorca | Actúa Baleares

Con mayor o menor motivo y por motivos que tampoco vienen al caso Cataluña ha sido, durante décadas, la región más admirada de España. En consonancia con ello, los catalanes eran el ejemplo viviente de las virtudes cívicas que queríamos para todo el país: la industriosidad, la laboriosidad, la iniciativa, la creatividad… Cuántos españoles no pensaban que Cataluña era más Europa que el resto, cuánto complejo de inferioridad hemos arrastrado y a cuánto complejo de superioridad no hemos dado pábulo.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, está claro que la percepción es más bien la contraria. Tiene lógica cuando los referentes que nos llegan desde esa tierra son los Puigdemonts, los Junqueras, las Colaus y los Torras, que hasta se ha perdido el aseado y pulcro aspecto burgués que lucían por Madrid personajes como Mas o Durán, o incluso si quieren el malévolo pero brillante perfil del propio Pujol, al que nunca tuvimos por bueno pero que siempre nos pareció inteligente.

No conviene engañarse: este desapego se ha recrudecido, por supuesto, con el estallido de este procés que todo lo ha enmerdado, pero venía de bastante antes y ya el pujolismo hizo todo lo que supo por ganarse la animadversión del resto de los españoles, pero aún no estábamos tan saturados y, sobre todo, la carta blanca mediática de la que ha disfrutado el nacionalismo lograba taparlo casi todo.

Lo malo de estas cosas es que no sólo tienen efectos sentimentales sino que acaban impactando en lo concreto, que es sobre todo lo económico. Así, este martes se hacía pública una noticia cuyos datos son tan contundentes como en realidad poco sorprendentes: el turismo español a Cataluña se ha desplomado nada más y nada menos que hasta un 50%, según las zonas.

En pocas ocasiones un dato económico se debe a una única razón y esta no es una excepción: está claro que el procés ha tenido mucho que ver, con sus playas llenas de cruces y sus plazas llenas de lacitos, todo muy amarillo limón; pero tampoco podemos desdeñar, por ejemplo, los ímprobos esfuerzos del Ayuntamiento de Barcelona y de los grupos de extrema izquierda a su alrededor por cargarse el turismo -enhorabuena, chatos: lo estáis consiguiendo-; o la sensación de mugre e inseguridad que se esfuerza en transmitir la Ciudad Condal.

En definitiva, entre todos la mataron y ella sola se murió, como decía mi abuela, o en este caso se suicidó: Cataluña ha decido desde hace algo más de una década que lo que realmente quiere es autoasfixiarse cultural, política y económicamente en virtud ora de su sueño nacional ora de su quimera antisistema. Lo está logrando: allí donde estaba esa región admirada y un tanto envidiada ahora sólo está esa Cataluña antipática de la que las empresas huyen y a la que los turistas no van. Y esto, por suerte o por desgracia, es sólo el principio.

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