Si alguien no hubiera tenido suficientes ejemplos de autoritarismo en el Gobierno de Sánchez, repase la entrevista que le hicieron el domingo pasado en la televisión y comprobará que no se le caía de la boca la expresión "Yo soy el presidente del Gobierno". La estructura caracterológica de este hombre asusta. Pues que de un gobernante democrático lo primero que se espera es su capacidad de autolimitación en el ejercicio del poder, me sorprendió una frase en una de sus repeticiones sobre el cargo que ostenta: "Yo soy el presidente del Gobierno y haré lo que quiera en la Cámara". Pocos gobernantes en el mundo democrático se hubieran atrevido a decir tal cosa, es decir, a declarar que el Poder Legislativo está a su disposición. La deriva totalitaria es algo más que una sospecha. Es una realidad. Sí, lo terrible es que del dicho pasó, en poco menos de cuarenta y ocho horas, al hecho. Parecía que Sánchez estaba anunciando la trampa a que sometería el martes a las Cortes para saltarse el poder de veto del Senado a la nueva senda de déficit.
Pero no se trata únicamente de que pongamos en cuestión cómo un gobernante retuerce la ley para saltársela. Es cierto que ese tipo de político desafía constantemente las leyes positivas, incluidas las que ellos mismos han establecido, solo basta reparar en que ni siquiera se entretienen en abolir las que no les gustan. Tampoco me escandalizo porque el Gobierno legal y el poder legítimo del PSOE tenga sus correspondencias y, a veces, sean inseparables de la ilegalidad y el poder arbitrario; pues, aunque disguste a las almas bellas de la política, la alternativa clara y distinta entre el Gobierno legal y el ilegal, entre el poder arbitrario y el legítimo, es más un deseo que una realidad. La moción de censura por la que Sánchez llegó al poder dista de ser un modelo para cualquier democracia desarrollada.
Todo eso es, sin duda alguna, lamentable a la hora de evaluar la calidad de nuestra democracia, pero lo terrible del poder autoritario y, su principal derivada, el régimen totalitario que pretenden imponernos socialistas, comunistas y separatistas es que funciona con una lógica jurídica y una argumentación que, aunque no nos guste, no es arbitraria.
En efecto, el Gobierno de Sánchez no se salta gratuita y parcialmente las leyes que marcan el funcionamiento y control del Senado y el Congreso al Ejecutivo, como es el caso de la aprobación de la Ley de los Presupuestos Generales del Estado, sino que lo hace en nombre de una ley superior que obedece de modo riguroso a aquellas leyes de la naturaleza o de la historia de las que proceden todas las leyes positivas. ¿Quién determina esas leyes de la naturaleza o de la historia? El Gobierno de Sánchez y sus aliados. Gracias a esas nuevas leyes superiores podrán los súbditos y el pueblo, según ha declarado Iglesias, disfrutar de las subidas del techo de gasto social… En fin, porque el poder totalitario busca su fuente de legitimidad en leyes no inconsistentes y volubles y, sobre todo, superiores a las de la democracia liberal, urge un debate nacional en todas partes sobre la imposición de Sánchez de un régimen político a la venezolana en España. El asalto político de Sánchez al poder del Senado es una clara muestra de que el totalitarismo está venciendo a la democracia.