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Eduardo Goligorsky

El pragmatismo como engañabobos

En Cataluña no hay tantos bobos como los que necesitan estos embaucadores para seguir medrando a costa de los ciudadanos.

En Cataluña no hay tantos bobos como los que necesitan estos embaucadores para seguir medrando a costa de los ciudadanos.
Oriol Junqueras, en una imagen de archivo | EFE

Me he cansado de repetir en mis escritos que soy pragmático y posibilista, como lo prueba el hecho de que he votado sucesivamente al PSOE, al PP y a Ciudadanos. No lo soy para practicar el oportunismo lucrativo ni para dejarme llevar por la corriente gregaria, sino para adaptarme a las fluctuaciones sociales y políticas que mejor sirven a la preservación y consolidación de la sociedad abierta tal como la retrató Karl Popper. Lo cual implica un compromiso con los principios democráticos y liberales que no admite claudicaciones.

Discurso jesuítico

Esta aclaración es imperiosa porque hoy la invocación torticera del pragmatismo se ha convertido en el engañabobos predilecto de algunos formadores de opinión. Nos cuentan que Oriol Junqueras y su cuadrilla –¡nada menos!– representan el ala pragmática del secesionismo. Un oxímoron como la copa de un pino. Como si alguien pudiera emprender la campaña de la secesión sin armarse con la coraza del dogma, blindado contra los pensamientos heterodoxos. Y si un secesionista se coloca el disfraz de pragmático lo hace para –nunca mejor dicho– engañar a los bobos, y para tapar las vergüenzas de los desleales a la Monarquía parlamentaria que, fingiéndose dialogantes, colaboran con los golpistas y secundan sus fechorías desde la Moncloa.

El pseudopragmatismo de Oriol Junqueras sirvió de cebo al anzuelo que mordió Soraya Sáenz de Santamaría, y ahora encubre sus chanchullos con el títere doctor Sánchez, cocinados por el comisario chavista Pablo Iglesias en la sede del politburó de Lledoners, complementario del de la plaza Sant Jaume. Un escenario acogedor donde Junqueras también ha recibido la visita solidaria del eurodiputado por los Verdes José Bové (LV, 6/11), belicoso activista antisistema y antiglobalización, cuyos secuaces volcaban los camiones que transportaban frutas y hortalizas de España al país vecino.

Es cierto que el discurso jesuítico de Junqueras difiere del maniqueísta de Puigdemont y Torra, en la misma medida en que la prédica sofisticada de Francesc-Marc Álvaro es más potable que las pataletas histéricas de Pilar Rahola. Pero todos ellos son protagonistas de la misma confabulación, encaminada tanto a balcanizar el Reino de España levantando fronteras contra natura, como a fracturar la sociedad catalana, socavando la convivencia social, la prosperidad económica y la riqueza cultural, mediante tergiversaciones históricas y atavismos étnicos. Algo en lo que Junqueras y su partido tienen sobrada experiencia. Valentí Puig ha evocado la secuencia de intrigas y traiciones que jalonan la historia de ERC, incluyendo el pacto infame de Carod Rovira con ETA ("Les visites a Oriol Junqueras", El País.Cat, 5/11).

Exorcizar al Satanás hispano

El afán del pío fratello Junqueras por exorcizar al Satanás hispano viene de muy lejos. Entrevistado por Lluís Amiguet (LV, 12/11/2012) le confió que a los ocho años se hizo independentista y que tenía muy claro que estaba contra la Constitución española. Y así quedó hasta hoy, con su proceso de maduración emocional e intelectual interrumpido a esa edad tan temprana. Lo ratifica en los sermones que emite desde su retiro espiritual en el cenobio improvisado de Lledoners, sin ocultar que sus planes son de largo alcance y que el juez Llarena no se equivoca cuando toma medidas para evitar que reincida en el delito dentro del territorio codiciado, puesto que no parece proclive a huir como el cobarde Puigdemont. Lo explicó sin eufemismos en otra entrevista reciente (LV, 24/9):

Soy independentista de toda la vida, por lo tanto no soy partidario de poner fechas. Soy partidario de seguir trabajando para hacer crecer, como siempre hemos hecho, todavía más, el apoyo a la independencia trabajando desde todos los ámbitos y con discursos y políticas para todo el mundo. En cinco años hemos situado al independentismo en el centro de la política catalana y española y también está en la agenda internacional. (…) El 80 por ciento de los catalanes está a favor de celebrar un referéndum acordado sobre la independencia. (…) Queremos representar la centralidad de este país y ERC no necesita gesticular para explicar que es independentista.

Y cuando sus catecúmenos se congregaron, en número decreciente, delante del recinto de Lledoners para protestar porque se cumplía un año de su detención, Junqueras les envió una epístola que decía (LV, 3/11):

La prisión ha reafirmado mis convicciones y tengo más ganas de defender este país, no me he movido ni un milímetro del objetivo de la independencia.

Demagogo sin escrúpulos

Este etnocentrista anclado en las obsesiones de su primera infancia es el que algunos listillos quieren travestir de pragmático. Es verdad que tanto él como su escudero Joan Tardá saben quecon el 47 por ciento de los votos y el 36 por ciento del censo electoral catalán no irán a ninguna parte, y saben igualmente que la única agenda internacional donde figuran los secesionistas es la de los nacional populismos infecciosos enrolados en la cruzada ultrarreaccionaria del trumpista Steve Bannon, que los países civilizados están poniendo en cuarentena.

La mentira flagrante de que "el 80 por ciento de los catalanes está a favor de celebrar un referéndum acordado de independencia", ahora canonizada por Ómnium, hizo crecer la nariz del Pinocho secesionista hasta una dimensión que pulverizó su máscara de pragmático. Quedó a la vista el demagogo sin escrúpulos y sin afeites. Porque el Gabinet d´Estudis Socials i Opinió Pública (GESOP) dio a conocer una encuesta (El Periódico, 30/10) según la cual solo el 42,8 por ciento de los catalanes es partidario del referéndum de independencia. Jamás cruzan la línea del 50 por ciento, ni en encuestas ni en comicios, y por eso todos sus esfuerzos están encaminados a ampliar su base social mediante malabarismos tramposos

Constelación de satrapías

A estos trucos, que los llevan a competir con ventaja contra los puigdemontistas que arremeten en plan bestia, los llaman pragmatismo. La diferencia entre las dos bandas enfrentadas, exacerbada por vulgares intereses crematísticos, es táctica, pero la meta estratégica es la misma: levantar fronteras donde antes no existían y amputar de su tronco histórico una comunidad social, económica y culturalmente europea, para convertirla en un satélite de la nueva constelación de satrapías totalitarias.

Es interesante comprobar, por esto, que es el predicador Francesc-Marc Álvaro quien, en un párrafo de su texto autocrítico "Deshacer el espejismo" (LV, 25/6) ha reducido a su justa dimensión el pragmatismo adulterado de estos tahúres que juegan con los naipes marcados:

La metáfora del póquer y el farol -que la exconsellera Ponsatí ha utilizado desde Escocia- no ha provocado dentro del mundo independentista la crisis ni la catarsis que unas palabras de este calado merecen. ¿Por qué el independentismo simula ser impermeable a la verdad de los hechos, incluso cuando esta sale de alguien que no lleva el sambenito de "traidor", que sirve para eludir a otros testigos del debate? Eso ocurre porque el núcleo dirigente del independentismo (incluso entre los más pragmáticos de la actual dirección de ERC) no osa asumir que la estrategia unilateral fue un error. (…) Mientras, el president y los consellers callan, no quieren deshacer el espejismo.

Les queda poco margen de maniobra. Como se supone que sentenció Abraham Lincoln: "Es posible engañar a todo el mundo durante algún tiempo, y a alguna gente durante todo el tiempo, pero es imposible engañar a todo el mundo durante todo el tiempo".

Y en Cataluña no hay tantos bobos como los que necesitan estos embaucadores para seguir medrando a costa de los ciudadanos, crean estos o no en sus patrañas.

PD: Es imperdonable que el periodista veterano Joan Tapia, que se hace pasar por imparcial, haya incurrido en la grosera falacia de comparar ("¿Un caso Dreyfus español?", El Confidencial, 4/11) el enjuiciamiento y prisión preventiva –y privilegiada– de los acusados por distintos entes judiciales de rebelión, sedición, desobediencia y malversación, con las iniquidades del caso Dreyfus, que dividió a los franceses a finales del siglo XIX y comienzos del XX y concluyó con la reivindicación, condecoración y ascenso del injustamente degradado capitán Alfred Dreyfus, que había sido confinado y cruelmente maltratado durante cuatro años en el tétrico presidio tropical de la Isla del Diablo.

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