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José Manuel Puertas

Debió ganar el Madrid, mereció ganar el Barcelona

La desconcertante actuación arbitral en los últimos segundos del partido empañó para siempre un partido legendario lleno de matices y actuaciones de altísimo nivel.

Permítanme que les diga que debió ganar el Real Madrid. Como dijo Pablo Laso en la rueda de prensa posterior, la acción de Anthony Randolph sobre Ante Tomic no puede calificarse de tapón ilegal. Es, en todo caso, un rebote, pues el balón, tras tocar el aro por su cara inferior, salía despedido fuera alejándose de la canasta. No hay duda posible, ni canasta por ningún lado. Debió ganar el Madrid.

Permítanme que les diga que mereció ganar el Barcelona. Más allá de por ser mejor durante más tiempo del partido, que es algo opinable, subjetivo y en lo que algunos no estarán de acuerdo, los árbitros se comieron, a 8 segundos del final, una clarísima falta de Randolph sobre Chris Singleton que debió ser además considerada antideportiva, antes del 2+1 de Carroll. Ahí debió acabar virtualmente el partido, con dos tiros libres para el ala pívot azulgrana y posesión culé. Nunca habríamos hablado de la última jugada. Mereció ganar el Barcelona.

Permítanme que les diga que la ACB sale tocada de la situación. El error final es tan evidente que es incuestionable que alguien tiene que dar explicaciones. Si, como parece, las imágenes que vieron los árbitros fueron de una calidad mejorable, los colegiados estaban a los pies de los caballos. Vendidos completamente. Y el baloncesto español no se merece eso, ni puede tolerarlo. Antonio Martín, presidente de la ACB y paradójicamente leyenda del madridismo, tiene semanas por delante complicadas. En la NBA el lunes se sacaría un comunicado admitiendo el error, como mal menor para el damnificado principal. Quiero ver si en la Liga Endesa ocurre. Pero se hace impepinable, y más dolor habrá cuanto más tarde en lanzarse un texto reconociendo el error.

Permítanme que les diga, porque no se vio en televisión, que cuando Carroll anota la canasta del 92-92, y cargado de razones pero saltándose la normativa a la torera, Svetislav Pesic invadió la cancha llegando prácticamente al tiro libre. Aun poseído por el más que evidente manotazo de Randolph a Singleton que precede a la canasta del de Wyoming, el técnico serbio debió ser sancionado indiscutiblemente con una falta técnica que habría dado al Real Madrid un tiro libre más, casi garantía de punto estando precisamente Carroll en cancha. Permítanme que les diga que los árbitros ahí le perdonaron la vida al veterano técnico azulgrana, más aún con el precedente de la merecida expulsión de Txus Vidorreta en la semifinal entre Iberostar Tenerife y, precisamente, el Barcelona.

Permítanme que les diga que por nada del mundo cambiaría mi pellejo ahora mismo por el de los tres árbitros de la final. Permítanme poner la mano en el fuego por la profesionalidad de García González, Jiménez y Pérez Pérez. Y permítanme ponerles en su lugar. A 140 pulsaciones, con todo el país mirándote, teniendo que tomar una decisión que, indiscutiblemente, va a decidir un título, y viendo por el monitor unas imágenes francamente mejorables, como ha quedado demostrado. Es inaceptable. Ni al peor de mis enemigos se lo desearía. Humanamente, permítanme tratar de entender qué pasó por sus cabezas para conceder canasta en una acción que evidentemente no lo fue. Ojalá algún día se explique, más pronto que tarde. Profesionalmente, permítanme aseverar que un error tan grave les va a perseguir durante el resto de sus carreras.

Permítanme aclararles también que el Barça llevó el partido al escenario que necesitaba, con el Madrid tirando mucho de tres y con poco acierto. 36 lanzamientos triples para 12 aciertos son cifras poco compatibles para que los blancos ganen al Barça actual. Sólo en el tercer cuarto la fluidez merengue fue la requerida para asegurar las victoria, y a punto estuvieron de hacerlo con un Ayón descomunal nutriendo a los tiradores en las esquinas, la zona débil blaugrana. 17 arriba llegó a estar el Madrid. Permítanmente que les diga que se acordará toda la vida de perder una final jugando como local y con semejante renta.

Permítanme apuntar que Sergio Llull es un animal competitivo como pocas veces se ha visto. Tras una Copa bastante deficiente, con 5 canastas en 22 lanzamientos totales, no se puede decir que dominara el partido a su antojo, porque no fue así, pero sí que se puso la capa de superhéroe siempre que su equipo lo necesitó. Forzó una prórroga con la que casi nadie contaba y estuvo a punto de darle el giro de tuerca definitivo al valleinclanesco guión del final del partido cuando su lejanísimo lanzamiento estuvo a un pelo de caer dentro, en la que habría sido su 'mandarina' de todos los tiempos, por realmente difícil que eso pueda parecer cuando hablamos de alguien con su historial.

Permítanme rendir honores a Víctor Claver. Un tipo eternamente bajo sospecha por no haber llegado a ser lo que a los demás nos habría gustado que fuera, así como seguramente por su carácter retraído. Siendo uno de los objetivos habituales de las iras de la afición rival, su final fue pluscuamperfecta, no ya por sus notables 15 puntos y 7 rebotes, sino por su rendimiento defensivo impecable, ejerciendo de sombra de Jaycee Carroll cuando éste compareció en la pista. Con 19 centímetros de diferencia entre la altura de ambos la apuesta de Pesic parecía de lo más arriesgada. Sin embargo el valenciano lo bordó tapando al francotirador del Madrid.

Voy terminando. Permítanme que les diga que pocas veces he sentido el carrusel emocional que ayer me generó un partido que debió ser legendario, y que tristemente acabará en la leyenda negra de nuestro baloncesto. Permítanme que les diga que, con sus errores, Campazzo es un genio del baloncesto. Permítanme que apunte que Adam Hanga es el mejor defensor exterior de Europa. Que es una delicia ver a Gustavo Ayón distribuir desde el poste o finalizar por la línea de fondo. Y que hay que tener muchos arrestos para hacer lo que hizo Thomas Heurtel, ángel y demonio tantas veces, cuando peor le pintaba a los suyos.

Permítanme que les diga que ayer el baloncesto volvió a demostrar que es un deporte maravilloso. Para mí el que más, no me cabe duda, pues ningún otro puede provocar las sensaciones que genera este deporte. Pero permítanme afirmar que me duele en el alma que hoy tengamos que hablar de lo que estamos hablando por un error imperdonable tras una obra apasionante que mereció ganar el Barcelona pero debió ganar el Madrid.

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