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Marcel Gascón Barberá

Ucrania: 5 años bajo la bota rusa

La proclamación de las dos repúblicas prorrusas ha fracturado por completo a la población y ha dividido a muchas familias.

Ucrania es un país condenado por la geografía. Tiene más ansias de libertad que toda la Unión Europea junta, pero también un vecino voraz dispuesto a todo con tal de seguir controlándola. En noviembre de 2013, el gobierno ucraniano del prorruso Yanukovich suspendió la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea y optó por estrechar sus lazos con Moscú. Decenas de miles de personas, sobre todo jóvenes, se concentraron en el Maidán para exigir que Yanukovich diera marcha atrás y firmara el acuerdo con Bruselas.

Quienes salieron aquel día a la calle en la capital y en otras muchas ciudades del país sabían de las implicaciones del volantazo de Yanukovich. Más allá de cuestiones económicas y administrativas, la apuesta por Rusia alejaba la esperanza de ser parte reconocida del mundo libre. Para un país bajo permanente amenaza rusa, la Unión Europea es mucho más que un benefactor económico y un pasaporte codiciado. Ser miembro del club es una importantísima medida de protección contra el matonismo ruso. Lo sabían los manifestantes del Maidán y lo sabía Moscú, que forzó al presidente títere Yanukovich a rectificar y desechar el acercamiento a Bruselas.

Durante más de 90 días, los manifestantes del Maidán tomaron la plaza para torcer el brazo del régimen. Es ahora o nunca, repetían, conscientes del precedente que sentaba un veto del Kremlin a las aspiraciones europeístas de Ucrania. Estaba en juego el futuro de generaciones, que se debatía entre la promesa occidental de democracia y prosperidad o la incertidumbre del modelo de Putin, donde el individuo no es más que un súbdito a merced de los designios del caudillo.

Cientos de miles de personas resistieron al frío y se enfrentaron a la temible Berkut y a los siniestros Titushky, delincuentes armados a sueldo del gobierno. Del Maidán surgieron grupos de autodefensa, pero decenas de manifestantes murieron tiroteados o apaleados por las fuerzas de Yanukovich. Los esfuerzos no fueron en vano, y en febrero de 2014 Yanukovich cedió a la presión popular y huyó en avión a Rusia. La salida de Yanukovich despejaba el camino para la adhesión a la Unión Europea. El Maidán había derrotado al Kremlin y a su implacable marioneta. La euforia se apoderó de todos los ucranianos partidarios de la independencia y la democracia, y el proeuropeo Petro Poroshenko ganó con el 54 por ciento de los votos en las elecciones de mayo.

La ocupación rusa

Cuando Poroshenko tomó posesión, Ucrania era víctima de una nueva ofensiva rusa. Tras fracasar en su labor de dominación por persona interpuesta, Moscú decidió actuar directamente, y entre febrero y marzo de 2014, hace ahora 5 años, el ejército ruso invadió la península ucraniana de Crimea. La Unión Europea y Estados Unidos respondieron con sanciones a la primera invasión de un ejército extranjero en Europa desde la II Guerra Mundial. Pese a la condena internacional, Rusia siguió adelante con sus planes y organizó un referéndum sobre la anexión de Crimea a la península. Según los resultados, un 97 por ciento votó a favor de ser parte de Rusia en la consulta, que se celebró sin ninguna garantía y no fue reconocida por la comunidad internacional. Este sucedáneo de referéndum oficializó la anexión de Crimea a Rusia, que invoca oscuros argumentos históricos para justificar la usurpación por la fuerza de esta parte del territorio de Ucrania. Bajo dominio ruso, Ucrania se ha convertido en un territorio sin ley en el que se persigue a la población indígena tártara y se juzga a los discrepantes en juicios farsa sin ninguna garantía.

No contento con Crimea, Putin actuó además en el este de Ucrania. El ruso es idioma mayoritario entre la población en esta parte del país, y las simpatías hacia Rusia son allí mayores que en el resto de Ucrania. También en 2014, grupos paramilitares prorrusos con apoyo militar y logístico de Moscú tomaron el control de parte de la región histórica del Donbass, donde declararon la República Popular de Donetsk y la República Popular de Luhansk. El gobierno ucraniano trata desde entonces de recuperar militarmente el control del territorio, y el Donbass vive una guerra que ha obligado a huir de sus casas a cientos de miles de personas.

Según ha denunciado Amnistía Internacional, las fuerzas de las dos repúblicas autoproclamadas han torturado e incluso ejecutado a soldados ucranianos capturados. Personas que han abandonado la llamada República Popular de Donetsk huyendo de la guerra relataron a Libertad Digital casos de persecución de disidentes y periodistas y despidos laborales por razones ideológicas. La proclamación de las dos repúblicas prorrusas, dice una de las desplazadas, ha fracturado por completo a la población, y ha dividido a muchas familias entre los partidarios de las autoridades de facto y quienes apoyan al gobierno legítimo de Ucrania.

En una carta pública firmada el pasado mes de febrero, cuando se cumplían 5 años de la entrada de las tropas rusas a Crimea, el ministro de Exteriores ucraniano y sus colegas de Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, Suecia, Canadá, Rumanía, Dinamarca, Reino Unido y República Checa exigieron el cese de una anexión de Ucrania que desprecia toda legalidad internacional. Los gobiernos de estos países, muchos de los cuales han sido víctimas del expansionismo ruso en el pasado, abogaron por más sanciones para castigar el comportamiento de Rusia, cuyas campaña contra su vecino está teniendo graves consecuencias también para la economía ucraniana. Moscú, mientras tanto, sigue haciendo oídos sordos a las denuncias internacionales y no parece tener ninguna intención de retirarse de Ucrania.

En un artículo publicado recientemente en el Washington Post, el ministro de Exteriores de Ucrania, Pavlo Klimkin, solicitó que se intensifiquen las sanciones contra Rusia y alertó contra la tentación de "apaciguamiento". "Si valoran la democracia y el estado de derecho, y creen de verdad que un sistema internacional basado en las reglas nos da seguridad, ustedes aumentarán la presión sobre el Kremlin para que comience a cumplir las leyes internacionales", dijo Klimkin a los líderes del mundo. El ministro de Exteriores advirtió asimismo contra los intentos de Moscú de "normalizar la situación" que ha creado en Ucrania, y lamentó la falta de vigor en la respuesta de algunos actores internacionales. "La historia nos muestra que el apaciguamiento y la debilidad ante las agresiones tienen graves consecuencias", concluyó.

Klimkin se quejó en el texto de que -como les ocurría a los perseguidos por ETA en el País Vasco y les ocurre ahora a quienes luchan por la libertad en Venezuela- se pida "diálogo" a Ucrania para resolver la crisis. "Al comienzo de la invasión en 2014, muchos en la comunidad internacional apremiaban a Ucrania a ‘dialogar’, diciéndonos que las dos partes ‘necesitaban sentarse y hablar’ para poner fin al conflicto. Pero ¿sobre qué exactamente debe hablar Ucrania? ¿Sobre cuánta soberanía debe conceder, mientras se apunta con una pistola a la cabeza del país?"

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