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José T. Raga

Empecemos, señor presidente

No estoy muy seguro de si es bueno que tengamos Gobierno –cualquier Gobierno–, pero, puestos a tenerlo, hay que pedir que gobierne.

Sí, ya es hora de empezar. A un español le da la impresión de que hace incluso años que no tenemos Gobierno. Hasta una ministra suya parece que tiene ya el destino con el que soñaba, creo que desde que entró a formar parte del Gobierno.

No estoy muy seguro de si es bueno que tengamos Gobierno –cualquier Gobierno–, pero, puestos a tenerlo, hay que pedir que gobierne, y que lo haga pensando en que todos los días amanece para él gobernante la hora de la verdad.

Atrás quedaron las infinitas comparecencias públicas, los besos, los apretones de manos, los abrazos y la autocomplacencia de verse aclamado entre multitudes que al primer nubarrón le volverán a espalda. La Gracia de Estado de la que se sentía portador, o se confirma cada día o se pierde. Por eso, ¡empiece ya! Ya no hay excusas.

Ya no vale aquello de subiré los impuestos y dejo para más adelante el decirles cómo. Siempre he temido que no sólo posponía comunicar el cómo, sino también estaba pospuesto el pensarlo. Mirar para otro lado ya no es posible.

Sobre su mesa debe de tener carpetas de asuntos que preocupan mucho a los españoles. ¿Cómo va a acometer el problema del crecimiento económico? ¿Seguirá como su antecesor de partido en el cargo con gastos en planes públicos de empobrecimiento, que sólo sirven para mantener la ficción de un crecimiento momentáneo del empleo?

Crecimiento y bienestar son dos parámetros que caminan de la mano. Y no me diga que lo que pretende es que el crecimiento sea para todos. Eso es mucho más fácil, pero sin crecimiento no hay bienestar para nadie.

¿Cómo va a dar confianza a la economía para que se mueva eficazmente? No me hable de regulación, porque la experiencia demuestra que cuanto más se regula, peor se hace. Y la confianza no se consigue con sonrisas, sino con hechos indubitados. Si hay crecimiento, habrá empleo; también esto es indudable.

Por otro lado, recuerde que la fiscalidad no se estableció para asustar, amenazar a los contribuyentes, sino para mostrar racionalmente que lo que se consigue con la imposición-gasto es mayor que lo que se destroza mediante la incidencia-percusión de los impuestos recaudados. La relación no es caprichosa.

Tendrá que plantearse seriamente –y no porque le obligue Bruselas– la contracción radical del déficit y la disminución del volumen de deuda, para lo cual debería saber que sólo hay un medio: sustituir déficit por superávit. Mírese los datos de Alemania y llegará fácilmente a la conclusión.

Algo tendrá que hacer usted también con las pensiones, pero, para no abrumarle, lo dejo para otro día, no vaya usted a convocar nuevas elecciones ante tanto problema.

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