
No es lo mismo la mayoría invisible que la mayoría silenciosa. La mayoría silenciosa está compuesta por aquellos ciudadanos que se abstienen de pronunciarse públicamente respecto de las situaciones críticas que se plantean en su sociedad. Su comportamiento puede ser producto de la abulia, la ignorancia o el miedo, pero también puede suceder que los más prudentes callen mientras se toman su tiempo para reflexionar sobre la mejor manera de afrontar los problemas. Así se explica que, imprevistamente, la mayoría silenciosa salga en masa a la calle para expresar su opinión y sus deseos, como lo hizo en Cataluña para defender la solidaridad y la convivencia entre los españoles contra la embestida del totalitarismo supremacista. Con el añadido de que, gracias a la vigencia del régimen democrático constitucional, esta mayoría puede hacer valer civilizadamente su voluntad en las urnas con una legitimidad mayor que la de la vía asamblearia.
Ceguera selectiva
Lo malo es que, si bien la mayoría silenciosa hace oír su voz periódicamente, tanto en las plazas como en los colegios electorales, los cabecillas del golpe secesionista, sus ideólogos y sus panfletistas, no se dan por enterados de su existencia y su peso demográfico. El complejo de superioridad étnica de estos individuos atrabiliarios los mueve a despreciar a las personas que no comparten la genealogía, los mitos y la lengua de su tribu, hasta el punto de que no las ven. No las ven, aunque sean sus vecinos, compañeros de estudio y de trabajo, socios, proveedores, clientes e incluso familiares.
Estos expulsados del microcosmos tribal componen la mayoría invisible.
A la ceguera selectiva de la casta endogámica, se suma el hecho de que algunos observadores que deberían estar más atentos a la realidad tampoco se enteran de la existencia de los marginados. No reaccionan como deberían hacerlo ante el escándalo de que millones de conciudadanos suyos residentes en cuatro provincias del Reino de España malvivan sometidos a un régimen de apartheid. Para ellos estas víctimas también son invisibles.
Llaman la atención, en este contexto, los opinadores presuntamente objetivos y equidistantes que se conduelen locuazmente por el rigor de las sanciones que la justicia aplica a los supremacistas alzados contra la ley, al mismo tiempo que se desentienden de los padecimientos que los susodichos supremacistas imponen a la mayoría invisible. O, mejor dicho, invisibilizada por sus opresores.
Lamentaciones de fariseos
Los fariseos derrochan lamentaciones por las familias de los reos en prisión preventiva, que están separadas de sus seres queridos mientras dura el juicio y, probablemente, seguirán estándolo después de que este concluya si les aplican las penas severas que piden los fiscales. Estos plañideros tienden el manto de la invisibilidad sobre los cientos de miles de familias fracturadas por el procés, o que asisten, impotentes, al inmisericorde lavado de cerebro de sus hijos por un sistema escolar que se ensaña con los padres cuando estos piden que se cumplan las leyes y las sentencias que garantizan la enseñanza en castellano y sin adoctrinamientos sectarios.
Un manto de invisibilidad que también oculta a quienes sufren discriminaciones en el trabajo, o en su actividad empresaria o profesional, o en su convivencia social, por su negativa a participar en el carnaval secesionista. En Irán, los ayatolás han instalado un teléfono para denunciar a quienes se apartan de la ortodoxia musulmana ("Irán estimula la delación", LV, 16/6). En Cataluña, los sátrapas supremacistas fueron los pioneros de la delación represiva al inaugurar una cueva, en el 2010, para denunciar a los comerciantes que rotulan en castellano. Las semejanzas no son casuales: el odio al pensamiento libre coloca en la misma plataforma inquisitorial a los fundamentalistas religiosos y los fanáticos políticos.
Avalancha de mentiras
Los dos millones de catalanes que votan a los partidos independentistas son muy visibles y protagonizan todos los comentarios. Pero pocos sacan de la invisibilidad a los tres millones quinientos cincuenta mil conciudadanos suyos que completan el censo y permanecen al margen del procés. Fernando Ónega se preocupa, con ánimo aparentemente pacificador, por los efectos que tendrá la sentencia del Tribunal Supremo y amonesta ("El dilema", LV, 13/6):
Pase lo que pase, hay otra sentencia que no la escribe el Tribunal Supremo: es la voluntad del 48 % de los catalanes que se quieren marchar. No son mayoría pero son un 48 %.
En realidad son el 39 % del censo electoral, pero aunque fueran el 48 % estarían muy por debajo del índice que justificaría una secesión si la Constitución la permitiera, y esta es la razón por la que el Tribunal Supremo juzga a los conspiradores que montaron las hostilidades contra la mayoría invisible, con una avalancha de mentiras, difamaciones, defraudaciones, discursos cainitas y movilizaciones intimidatorias que envenenaron la mente de quienes, según Ónega, se quieren marchar de su país: España. Un éxodo en el que, para más inri, pretenden arrastrar, por la fuerza bruta, a la mayoría abrumadora que Ónega y sus colegas conciliadores se niegan a ver.
Minoría bien disfrazada
Si los tres millones quinientos cincuenta mil catalanes son invisibles, es más fácil convertir la minoría restante bien disfrazada en un fantasmón disuasorio. El predicador Francesc-Marc Álvaro nos amenaza con esta comparsa ("El tiempo que vendrá", LV, 13/6):
No se puede gobernar España teniendo en contra la mitad de Catalunya. Si esta no es una de las lecciones del procés, ninguna lo será.
¿La mitad de Cataluña contra España? Tal vez el 39 % mientras siga abducido por los embaucadores, pero Álvaro omite otro cálculo más realista que no concierne a la gobernabilidad de España sino a la de Cataluña: no se puede gobernar Cataluña teniendo en contra al 61 % de los ciudadanos leales a la monarquía parlamentaria y a la Unión Europea, aunque los renegados los hayan reducido a la invisibilidad.
Paradójicamente, es el mismo Álvaro quien asume abochornado la estolidez de sus correligionarios secesionistas, que corren de un lado a otro como pollos sin cabeza ("El Govern Torra y los olvidos", LV, 6/6):
El drama del actual Govern es que no satisface ni a los unos ni a los otros. A pesar de algunas gesticulaciones, no es lo que quieren la ANC y los CDR. A pesar de algunos discursos, no es lo que exigen los sindicatos, las patronales, los colegios profesionales y todos los sectores que tienen problemas, como las universidades públicas, por ejemplo. (…) Gobernar es mucho más que leer proclamas y visitar ferias.
Cortar de raíz la subversión
Los invisibles no podemos dejar de sentirnos reconfortados cuando alguien, en el universo visible, rompe el silencio y se acuerda de que nosotros también formamos parte -la parte mayoritaria- de la sociedad catalana. Como lo hace este editorial ("Torra hace su balance", LV, 14/6):
No esperamos del president Torra que eche piedras sobre su tejado. Pero sí que al hacer balance, se atenga a la realidad: está utilizando la Generalitat no como lo que debería ser -el sistema institucional de todos los catalanes- sino como una herramienta en pro de la independencia de Catalunya. La realidad es que actúa en dicho organismo como un activista soberanista más que como el presidente de todos. A medio y largo plazo está por ver que esto le beneficie, por más optimista que se muestre ahora. Ni a él ni a sus compatriotas.
Los defensores jurídicos y mediáticos de los reos de rebelión, sedición, malversación y desobediencia podrán desgañitarse declamando las imaginarias virtudes cívicas de los encausados, pero quienes formamos parte de la mayoría invisible maltratada por estos abusadores sabemos, por haberlo experimentado en carne propia, de qué lado está la razón.
Si después de que el Tribunal Supremo dicte su sentencia, los rebeldes que todavía usufructúan puestos de mando en el gobierno regional, continúan amenazando con repetir la DUI y colgando belicosos lazos amarillos en los edificios públicos, la Fiscalía deberá abrir nuevos expedientes para cortar de raíz la subversión que no cesa. Entonces los constitucionalistas recuperaremos la visibilidad y los totalitarios se eclipsarán en las tinieblas.